Lioda, lloró, si las lágrimas más acérrimas se le salieron por el dolor y por la gran tristeza que llevaba muy dentro, por el temor de haber perdido a su única hija Luisa. Cuando en el alma, hasta en el alma sólo presintió lo peor. La vió con un señor mayor, pues, su visión no muy clara, pero, muy real y conducente en saber que su hija se marchaba con un señor mayor. Cuando en la pesadilla, sólo se dió una manera de creer o no, si sólo se perfiló un mal coraje y un terrible momento, en que era premonición saber que estaba punto de suceder algo. Sólo quedó a la deriva, pero, muy bien estacionaria en una esquina, desde donde se podía ver y observar de todo, y sí, que los vió, era Luisa y el Señor Pablo, cuando se vieron en las afueras del aquel bar, del mismo bar que un día él la invitara a beber unos tragos. Y en ese mismo bar que conoció a Humberto, el padre de Luisa, de su única hija. Los vió tan contentos, ella Luisa, sin experiencia de vida ni vivencias para saber tomar una decisión real y perenne desde su corta vida, la llevó a hacer cosas que con el tiempo supo lidiar Lioda, y con ella. Cuando Lioda los vé se quería morir del susto o de la vergüenza, de que su hija estuviera con un señor de tan alta edad y que fuera nada más y nada menos que el Señor Pablo, su jefe, su amor y aquel amante, que ella tuvo cuando jovencita, por inexperta, insegura y sin experiencia de vida. Recordó momentos, cuando ella, Lioda, y él, el Señor Pablo, se amaban a pulso, a gota a gota de una pasión ardiente, y con una ternura incontrolable, de amor con unas dosis de esencia y de virtud tan clandestina como haberse entregado en cuerpo y alma a ese hombre casado. Recordó su impecable talento con el teclado, cuando fungió como secretaria en la oficina del Señor Pablo, y cuando llegó de ese viaje del extranjero, ese mal viaje, que lo dejó incontrolable, y con una ira insolvente, casi increíble, porque él no era así. Gracias a Dios que duró poco el romance entre ellos, y su esposa no se enteró de ello. Cuando al esposa del Señor Pablo, poseía un mal carácter como el mismo carácter que el Señor Pablo tenía, si se llevaban muy bien. Cuando en el imperio de sus ojos, vió a ese hombre tomar por el brazo a su hija y llevársela, al mismo y a aquel apartamento que un día le comprara a Lioda, para verse y amarse en las tardes de tortura cuando se podían ver y por supuesto a amar. Lioda recordo todo cuando le llevó así a ella, a amarse a escondidas, a pesar del tiempo y de la vejez, y las canas en la cabeza de ambos, tanto de ella, Lioda, y del Señor Pablo, el señor se encontraba aún joven, se veía apuesto, elegante como siempre, y con un porte de distinción por ser el único dueño de la juguetería donde ella, Lioda, laboró por más de dos décadas. Cuando salen hacia el apartamento, ella, Lioda, los persigue. Llegan hasta ese apartamento que ella conocía y muy bien, la impecable, la dueña del teclado, la más grande en el mundo de secretarías, la que con veloz viento y con un porte de distinción y elegancia siempre redactó aquellas cartas comerciales en la comitiva que le dictara el Señor Pablo a ella, a Lioda entre papeles y papeleo y allí se enamoraron rozando dedos entre esos mismos papeles. Y quedó por siempre grabado en la memoria de Lioda, pues, la aventura de amar sólo quedó a la deriva, a la mala suerte, a la mala racha y a la vida sin tiempo, y todo porque aquel enfado del Señor Pablo, le hizo devolver todo lo que había construido si en un segundo se derrumbaría y todo por ser y llegar a ser la amante de un señor casado. Cuando en el instante se dió lo que más se vengó ella, Lioda, hizo vengar a su hija, a su mal estado, y a su mal hostigamiento, y hasta su mal carácter, con ta sólo haber llamado a la policía, y haber arrestado a ese hombre que le violentó a su hija menor de edad. Cuando no se redacta, no se retracta ni se hace un revés, ni una vuelta al pasado, porque todo era ella, como lo fue para la oficina de la juguetería, así fue ella en la vida de su hija, renunció en la oficina como secretaria y continúo la impecable con el teclado escribiendo ésta novela que hoy día lee usted, sin que nadie le dictara, pues, era y será su propia vida, su forma de haber vivido la vida y con los altas y bajas que a veces la vida sostiene. La impecable con el teclado, la real como la estrella en el mismo cielo, sucumbió tanto dentro de sí, que sólo automatizó la forma de continuar con la vena al redactar ésta novela que hoy se lee. La impecable, fue y será la vida con ella, y ella con la vida misma. La venganza es dulce en la boca, y más deja un buen sabor, pero, lo que se empieza se termina, siempre y cuando, es un final muy hermoso, como lo que hoy la impecable vive. Y con su hija en mano, vá a una editorial a publicar un libro, el cual, le dejó marcas transitorias de ésta vida con nada más y menos más que haber vivido junto a su hija, Luisa. Cuando de repente, su historia da otro giro, se convierte en la escritoria número uno de su país. Y su esencia y virtud al escribir le dió tanto y tanto, y más le sirvió a otras de inspiración, para que su vida no se tornara áspera ni seca, ni se volviera incontrolable, porque todo tenía un final y más hermoso que un sólo principio. Y su vida, ¡ay, de su vida!, se volvió como de la noche a la mañana como la gran espuma subió como toda dama de la escritura, si era ella Lioda, la impecable con el teclado. Sí, era ella Lioda, la impecable con el teclado, la que dejó una huella tan indeleble como el haber sido la secretaria del Señor Pablo. Si el Señor Pablo, fue a parar a prisión, pues, en su país condenan de tal manera a la vida. Salió en libertad, y le regresó ese enfado, ese coraje, ese hostigamiento, incluso, con su nueva secretaria llamada Rufina, pero, ésta se fue dejándolo solo entre aquellos papeles y papeleo en la oficina de la juguetería, pues, no lo aguantó más. Si el Señor Pablo, perdió creencia, confianza, e incluso credibilidad ante negocios turbios y turbulentos, entre el extranjero y la juguetería si casi pierde todo. Él, el Señor Pablo, lee la reseña del libro de Lioda, en la publicidad o en el periódico matutino, y se dice que el coraje fue más de lo que se ventiló entre aquellos pasillos de la oficina de la juguetería. Y leyó el libro al pie de la letra, tal como todo pasó. Buscó a Lioda, pero, no la halló jamás, se había marchado lejos de ese rumbo y de esa dirección hacia nuevos valimientos. Dejando atrás un pasado y toda una vida plasmada en papel y tinta, y más, redactada por Lioda, la impecable con el teclado.
FIN