Quemaron nuestras velas,
arrojaron al mar nuestro bagaje,
emponzoñaron aguas,
rompieron el timón contra las rocas.
Robaron el sextante,
las cartas, la brújula, los mapas,
nos dejaron pasto de los miedos,
perdidos en la noche y las tinieblas.
Pero aun nos quedan remos,
redaños y un océano de estrellas
para tomar de nuevo nuestro rumbo
para limpiar de basura la cubierta,
para arrojar a las ratas por la borda,
para remar hacia Ítaca entre la niebla
y refundar de la nada un nuevo mundo
donde gobierne la paz y la justicia
donde de nuevo seamos como hermanos
sin banderas, sin himnos, sin cadenas.