Ya esta muerte en cada respiración,
momentáneamente, una vida expansiva,
en que disponen sus calaveras de miedo,
los ruines y las brasas del campamento.
Mirar al cielo es pues definir una altura,
un cuerpo sombrío e insatisfecho, una locura
de águilas que se tropiezan y se lanzan contra
el dolorido cimiento.
Vías de tren conjuntadas, sombras, nada más,
al nacer el sol: raíles que marchan a ningún lugar,
entre la niebla de los días siempre iguales.
Yo veo soles también y profecías en mi equipaje
nunca abierto.
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