¡Vengan corceles de entre la bruma!
Vengan a llevársela al paraíso;
cardíaco dolor sufre esta exalumna,
llora su muerte conocida que la quiso.
De esa noche a la tarde del domingo,
ninguno se dormirá sin gota de amargura.
Llora una familia el delantal de tu cariño;
llora una escuela tu ternura.
Partiste entre el silencio, a los cincuenta y pico;
el sábado se anunció tu sepultura.
Llora el atardecer conmigo,
lloran tus hijos y tu nieto sin mesura.
Tus últimas esperanzas estuvieron,
nefastos nervios y operaron el intestino;
Anestecia inmunda; ¡ay!, siempre que recuerdo,
te veo de pie llevando el té y mate cocido.
Te tapabas la cara al reír,
entre cabellos rojos parecidos a peluca,
y que nunca filtrabas un chiste sinvergüenza;
lloran los niños sin tu alma de regaliz,
y llora el carrito de la merienda.