MarianoN

Insomnio en solitud

Setecientas treinta y ocho vueltas en la cama.

Quinientas veinticinco revisadas de teléfono en vano.

Doscientas treinta y cuatro levantadas para ir al baño.

Los muebles de la habitación me miran confundidos. Se cuestionan entre ellos, en secreto para no ofenderme ¿Qué le pasa? ¿Por qué perturba la mansa y lúgubre quietud de la noche?

La gata, con aire de fastidio, con los ojos como dos brillantes venecitas preciosas, inalterables, me observa y analiza desde su silla, inamovible como gárgola, con las orejas en modo radar para no perderse detalle de esta penosa función nocturna.

El colchón se hartó de que le amase el esqueleto. Si pudiese se autodestruiría.

El baño se aburrió de recibirme. Hasta el inodoro se queja de la meada.

Y la canilla gruñe cada vez que le aproximo los garfios para retorcerla. Quiere mantener sus venas secas, al menos por un rato.

Las cucarachas y los minúsculos habitantes de los rincones, como los búhos, desorientados en las noches sin luna, desistieron de sus andanzas en la oscuridad. Se cansaron de esconderse repetidamente del disturbio de la luz artificial y de esos pasos gigantes, vibrantes y nerviosos, que amenazan sus actividades crepusculares.

Como un lobo solitario en medio de la nevada, abandonando el refugio del bosque, para salir a entregarse  a la inclemencia de la intemperie invernal, se rindieron las colchas en el intento de mantenerme caliente. Intencionalmente, sus entrelazadas costuras decidieron abrirse y permitir la penetración del frio.

Agotado. Lloro.

Ya con el alba rascándome la ventana de la habitación, pienso rendido. Pienso en la soledad, en las personas, en las ciudades, en la noche y la madrugada. Pero sobre todo pienso, en la incapacidad de encontrarle una sola pestaña de belleza a este soliloquio interno que me atormentaba. Me hundía.

Ahora, con los rayos del Sol estriñéndome el rostro; Sueño. Despierto sueño.

Con la compañía de otra alma semejante. Con escuchar otra voz, con sentir otro aroma corporal, con peinar un cabello que no sea de mi cabeza, con acomodar dos pares de pantuflas bajo la cama, con leerle algo bello a otro que realmente escuche.

Este desolado y romántico anhelo, me tranquilizó. De algún modo supo devolverme la esperanza en la triste espera de la deseada compañía.

Aquella sensación me entibió el alma, me relajó los tensos músculos y me cerró los ojos plácidamente.

Ya no pensé en los muebles, en el baño, en la canilla ni en las cucarachas. Me olvidé de la inquisitiva mirada de la gata, y ahora los rayos solares en lugar de fruncirme la vista, me acariciaban la cara como la mano tibia de una abuela.

Las lanas de las frazadas se pusieron de acuerdo en volver a unirse y abrigarme.

Inmerso en esta grata calidez, finalmente reposé y me dormí.

Nunca antes un sueño me había caído tan bien. Logré el mejor descanso desde que podía recordar.