Pequeña alondra que desfilas
entre las ramas del apetito;
tus alas no son de porcelana,
son ágiles y ligeras, sacúdelas y verás.
Te muestro cómo volar,
aunque sabes que eres libre;
te doy el alimento en la boca,
aunque tu pico es afilado
y tus garras puntiagudas.
Te enseño maravillado
los rincones de mi campo,
cuando has recorrido fronteras
más bastas y espesas.
Dime, ¿qué hay en mi mundo
que te sostiene encerrada?
No hay barrotes en tu jaula
y el trapecio sobre el que te yergues
no son más que mis penas
fraguadas con cálidos alientos.
¿Por qué no bautizas con tu vuelo
el impuro aire que nos asfixia?
¿Por qué sigues convirtiendo en
feria este mausoleo de memorias?
Aunque te fueras, no comprendería
tu viaje como una huida
sino como un nadar hacia arriba
desde un naufragio perdido.
Aunque te fueras, no exiliaría
mis sentimientos en trincheras,
ni forjaría con lágrimas
la barrera del olvido.
Aunque no te fueras…
Pintaría en tus pupilas, incluso, las esquinas
de los horizontes más inalcanzables.