Y entonces, cuando menos lo percibes,
intercambias la pasión por el orden,
el fervor por la estructura;
el simple ímpetu de escribir
porque de no hacerlo te mueres;
por la compleja concepción de escribir
ateniéndote a corrientes y estilos,
mediciones y sistemas.
Escribir ahora es un acto que importa,
que implica cautela, que debe pensarse.
Qué ganas me dan de regresar
a cuando tomaba una pluma
y me la encajaba en el estómago.
A cuando cada palabra era como un grito de auxilio,
una caricia, un sollozo, una declaración de deseo.
Impulsos de rabiar y hartazgo,
dolor y nostalgia, súplica y hasta ruego.
Ahora no puedo escribir
sin pensar en cómo quedará el resultado.
Eso es a lo que yo le llamo: SUICIDIO.