Malavente

NOCHE de TEMPESTAD entre LAPIDAS

Menuda nochecita: la oscuridad, el silencio
interrumpido por los mugidos y balidos de desesperación que se oyen desde el matadero, 
pinchan como agujas la tristeza de mi corazón.

 
El cielo borrascoso tampoco ayuda a mantener la tranquilidad,
si alguna me quedara.
El nublado crece.
La luz de esos relámpagos... parece hasta fantasmal. Cuando truena, parece que los fantasmas de luz estallan.
Cada trueno es más fuerte que el anterior, y parece preludiar otro aún más fuerte.

No hay modo de conciliar el sueño, ese pacífico y necesario descanso.
En estas noches mi cama parece un lecho desconocido: fue nido de amor con mi mujer, cuna de esperanzas con nuestros bebés, refugio de nuestro agotamiento y de nuestra debilidad cuando estuvimos enfermos; hoy parece un colchón de penas, el temblor de un llanto contenido.

En plena tormenta se da cuenta uno de que "no somos nada", débiles seres a merced de las fuerzas de la naturaleza y el universo.
Y encima... yo quisiera desaparecer. Morir... Acabar. Dejar de sufrir... Pero es como si ese recuerdo que me quema por dentro me quisiera anclar a esta vida, que es una herida abierta.

Ese maldito conserje no viene, igual ni aparece.
Es un gallina, seguro que esta tormenta en plena noche lo ha dejado acobar-dadito en su casa.

Y no es nada en comparación con los huracanes que rugen en mi mente y mi alma.

Pero puso ojillos de deseo cuando le dije cuánto pensaba pagarle... y como es un poderoso caballero el tal don dinero, acabará por venir.
El poder del dinero... casi nadie se resiste a él, y una que hacía gala de triunfar sobre él e ignorarlo, ahora es historia la pobre.
 

Aunque no sé qué pensar, si no sería yo el pobre, y ella, la que ha dejado atrás toda miseria.

Son casi las dos, el conserje ya debería haber llegado, maldita sea.
Con ella también hubo una cita a la que no pudo llegar. Maldito recuerdo...
Ojalá no tuviera tan buena memoria, porque a cada segundo restalla con el dolor de ese recuerdo que me asfixia de dolor.

 

A horas como éstas iba yo de fiesta sin siquiera sospechar que podrían en algún momento llegar días como el de hoy, de lo feliz que iba por la vida.
Ahora me recuerdo a mí mismo y me reconozco enseguida, y sin embargo, todo lo demás ha cambiado tanto que parece haberse vuelto del revés.

 

Nosotros somos un horror de salas interiores en cavernas sin fin, una agonía,

agonía de enterrados que se despierta a la media noche, 

un fluir subterráneo, una pesadilla de aguas negras por entre minas de carbón.

Un flujo de aguas tristes, surcadas por las deformes lampreas,

nosotros somos un vaho de muerte,

un lúgubre concierto de búhos lejanísimos, de zumayas agoreras, de los autillos más huidizos.

 

Nosotros somos como ciudades horrendas que hubieran vivido décadas en un continuo estado de apagón, siempre desgarradas por los aullidos imprevistos de las fatídicas sirenas.

Nosotros somos una masa de hongos y tentáculos, que avanza en la oscuridad dejando un rastro viscoso de su pie gástrico, monstruosas, tristes y enlutadas quimeras invertebradas.

Norma, cielo, rigor, esplendor... Que cante la llama jubilosa, el flautín, la tuba, las voces blancas del coro de la catedral, como presencias que alientan el amargo esfuerzo de vivir... sin ella. Sin ella. Nunca jamás...

 

Soy un turbión de arena, soy un médano en la playa que hace rodar los vientos y las olas,

soy un alma cansada, con el ansia de sueño que lleva a dormir sin despertar jamás.

 

Podrás herir la carne, pero no matarás mi corazón, madre del odio.

Nunca tendrás mi corazón, reina del mundo.

Podrás herir la carne y aun retorcer las almas como lienzos:

pero no apagarás la brasa del gran amor que brilla dentro de mi corazón, bestia maldita.