J. Moz

El antro de las mariposas (Parte 3)

Sus pies asemejan las pisadas de una semidiosa, parece que salpican luz ahí donde camina.
Su empeine incita a escalar hacia confines prometedores.
Sus dedos, tan finos; sus tobillos, tan alados; inquietan y se antoja besarlos.
¿Qué calzadas habrán caminado esos pies de estela caprichosa?
Sus pantorrillas y sus muslos evocan a los escultores de tiempos antiguos.
¿Qué manos, qué cinceles dejaron ahí su eterna marca?

De las siete hermanas, Eloísa era la menos bella: era la flor marchita en un jardín de pétalos exquisitos, en un jardín donde las miradas se detenían y se desbocaban lascivas, donde los deseos ardían y cada flor se plagaba de rocío viril. Eloísa era la hija no esperada, la más chica, la única joven entre mujeres de formas y contornos inquietantes: todo ojo ganaba luz, crepitaba y se tornaba vértigo en aquel festín femenino.
De todas sus hermanas, de todas sus primas, de todas sus amigas, Eloísa fue la única que experimentó una metamorfosis envidiable: la flor marchita reventó en una mariposa de alas enloquecedoras. Tenía diecinueve años cuando se manifestó la transformación, cuando desató la envidia entre las féminas que la rodeaban y se internó en el sueño de los hombres: entonces la mariposa inició un vuelo irrefrenable.
Eloísa de la primera ebullición.
Eloísa de las caricias curiosas.
Eloísa de la exploración a fondo.
Llegaba a su habitación como perseguida por espectros malignos, los vapores le subían del vientre hacia los senos y presa del descontrol y la premura se tumbaba en la cama para ejecutar maniobras sin siquiera quitarse la falda. Y en el transcurrir de los días se admiraba en el espejo, ensayaba posturas y gestos, seleccionaba la vestimenta diaria, alargaba la ducha, coqueteaba en el recreo, agendaba la fiesta del viernes, del sábado, guardaba el número telefónico de uno, cinco, siete hombres, ya fueran compañeros de clase, conocidos de un antro o contactos de internet.
Eloísa experimentada.
Eloísa encendida.
Eloísa desencadenada.
Qué vientos te soplaron y con qué fuerza, parece que te impregnaste del soplo de los dioses.