Desde mi destierro se ven más las flores, me agasajan los recuerdos revolcando mi columna en una mullida almohada mientras siento colgar mi cabeza en el borde de la cama.
Todo es fascinante.
Fascinante e inalcanzable.
Desde mi mundo inverso deseo devolver el tiempo y al mismo tiempo me carcome el miedo.
El miedo a dañar lo único que acompaña mi existencia, me obliga a declinar la oferta de Cronos.
Divagar es lo único que tengo.
También me esperan en un rincón un frasco con cloro y treinta y cinco pastillas de fluoxetinea.
Los gobernantes del mundo guardan cianuro al igual que sus hijos adolescentes.
Candela en los ovarios y un número no determinado de hijos no tenidos por la naturaleza se escabullen durante el temblor, la almohada se torna caliente.
Los delincuentes cada vez son más astutos y menos fervientes, antes por lo menos después de sus crímenes le ponían velas y un altar de flores a la virgencita. Ahora solo quieren olvidar, ocultan su crimen tras la fachada de político correcto y la máxima de Maquiavelo “El fin justifica los medios”.
Los columpios oxidados, las margaritas en el patio, la lluvia bajo el sol y los quince minutos de caminata hasta el colegio caben en el bolsillo, lo demás lo llevo en las manos mientras reviento la almohada contra la pared para después recogerla.
Paulina Dix