En esta unificación de nuestras almas,
te tomo de las manos, me custodias,
es nuestro lecho de amor en las colinas
un refugio para huir del caos, entre silencios
nutridas del fiel fervor sin las bestias urbanas.
La seguridad que febril emerge, mujer,
de tus entrañas, nos conduce sin desconfianzas
entre la floresta, es la certeza al actuar
desde nuestros anhelos sobre los altozanos,
que propicia la proyección de límpidos decoros
en la entrega de mi ser y tu ser a la complacencia
que nos corona como reyes de las flores.
Mordiendo el entresijo de la apetencia,
las ansias de inmortalidad que nos conducen,
y que sublimes desvaríos nos propician
llevándonos hacia lo que crees y creo:
amor y eternidad que en nosotros habitan.
Y en la consumación de nuestro espasmo,
la entrega mutua enciende la luminosidad
de nuestros corazones y con su iridiscencia
pinta una curvatura de colores: ay, mi religión
es personificar al amor con mi esencia y tu esencia.