Ella, Cielo quedó asustada, entre aquellos papeles que volaron lejos de ella. Cuando por poco se cierra la puerta del aquel sótano. Cuando en el alma, hasta en el alma se debió de enfríar el desenlace de ese cruel evento sin precedente. Cuando a sus hojas perdió entre aquel lago donde el pajarito volaba libremente. Cuando un pajarito tomó en su pico una hoja de papel de ella, de Cielo, y la dejó caer en el suelo. Cuando pasa por ahí un productor de cine, vé el papel y lo toma del suelo y se sienta en el lago a leer del papel que tomó del suelo. Leyó todo su nombre, Cielo de la Paz Cruz y el poema redactado y por su propia autoría y más, escrito por ella misma. Lo llevó al cine, sin antes indagar de ella, y buscar lo que se llama talento y fuerza de espíritu y de lucha. Porque en el papel él notó, fuerza, lucha y lágrimas de un dolor que poseía ella, Cielo, desde su interior. Cielo, no lo supo, no lo sabía, de que ella, era la máxima protagonista de una obra en el cine de ese producto que halló en el suelo sus poemas y más su diario. Cuando en la alborada se dió lo que más, un deseo, y un frío anhelo en ver su obra, la cual, nunca tuvo la oportunidad de disfrutar por permanecer encerrada entre aquella vela encendida con una ciega compañía. Cuando en el aire se tornó frío y denso, como si tuviera un frívolo sentir en su piel tan blanca como las nubes o como el algodón. Cuando ella fue y será la protagonista ausente de una obra de cine con sus escritos. Cuando en el alma, hasta el alma se debió de enfríar cuando encontró en el sótano una vela, que encendida se veía todo desde una perspectiva de total asombro y de inocuo proceder. Vió la luz y en la pared sombra aquella de ella misma, cuando en el alma se vio florecida de espera y de una esperanza casi real, y tan verdadera como el mismo cielo, si así era ella. Cuando el sol cayó por la ventana y se dijo, que otra vez, la luz del cielo, la magia del universo, y la luz más poderosa del mundo, la que te mira y es testigo más fiel como mi única fría voluntad. En saber que el delirio es tan cruel como el sabor de una manera más incorrecta en saber que el destino es como es, sin tiempo ni espacio y sí con un sólo vacío como el abismán más cruel en caer en él, en el horizonte más tenebroso de la vida misma. Cuando en el ocaso se dió lo que más en el ambiente, una cruel herida en saber que Frederich no volvería si se fue con su perro hacia nuevos valimientos. Hacia una perecedera ansiedad, en creer que su amor se volvió un odio tan trascendental, pero, tan inocuo, cuando en el combate de ir y de venir, se dió un sólo porvenir sin ser cierto, cuando pensó sólo en Frederich, como el eterno amor que nunca volvió. Y ella, Cielo, como el mismo cielo, se llenó de ira y de insolvencias, cuando en el sótano se disolvió un por qué, una ilusión, y un pecado de una mala tentación. Cuando ella, sólo ella, se volvió triste y con decepción, cuando en la mañana ardió de penas y dolores, cuando pasaba el tiempo y Frederich no regresó a ella ni al cielo con su perro llamado Futy. Y escribió en su diario lo acontecido y lo pernicioso de un cruel destino…y dijo así…
“...yo Cielo, la que siempre creyó en ser el mismo cielo, sólo derrumbo un por qué, una sabiduría y una mala experiencia, del por qué me hallaba tan sola y tan triste como ésta tarde de verano…cuando el sol apareció en el cielo, como dando preámbulo de un acometido de luces veraniegas en el mismo cielo por rayos de soles en mis ojos de luz...cuando en el mismo instante del cielo con sol se llenó mi vida de luz, y dejó una caricia en mi piel de luz y de rayos veraniegos…”.
Cuando ella escribió un poema cálido y de ese verano con sol…
¡Vida mía,
que estás a la deriva de éste mar,
tan perdido como mi rostro con lágrimas,
desnudando el ocaso en el cielo,
con esa lluvia que hoy empapa,
lo que hoy se derrama,
con ese sol que me atrapa,
cuando me das el abismo frío,
de un precipicio vacío,
como en el cielo,
un solo rumbo,
de caminar perdida entre esos soles,
de éste verano veraniego,
que hoy desata lo que no niego,
una lluvia en derredor,
cuando a mis ojos ata,
más y más,
dejando un rastro de luz,
entre mis ojos perdidos…!.
Cuando Cielo, sólo vé el cielo lleno de sol, y de nubes claras y tan blancas como su propia piel. Cuando en el cielo, sólo se debatió una sola espera de esperar por un silencio, o un sueño idóneo en creer que el sol, debatía una sola calma, en una sola tempestad como la lluvia en derredor. Cuando la lluvia sólo se sintió como gotas tan fuertes en la piel en que ardían como el mismo fuego. Cuando en la jungla sólo se debió de automatizar el desenlace de una aventura solamente por caprichos de la vida misma. Cuando en la suave desesperación de la sola desolación se entristeció de infortunio y de un final tenebroso. Cuando sólo llega Frederich a la ciudad donde se hallaba Cielo, pues, el entrenamiento del perro, sólo se debió a un entrenamiento en salvar vidas en un fuego siniestro. Fue impetuoso, luchador y con miras hacia salvar la vida misma. Fue luchar en cada paso, fue luchar en cada vida, hasta obtener la vida en salvar a su corazón de un fuego tan siniestro como el que vá a pasar en una mala premonición, Cielo. Y ella escribió en su diario con una vela con la ciega compañía en que se hallaba Cielo en aquel sótano…
¡...yo Cielo, yo la única que es como el cielo, sólo derribo el mal futuro que está por acontecer cuando el tornado no logra venir cuando la adivina, sólo fue aquella noche, en que predijo mi futuro y yo le creí, en que moriría por un impetuoso paso de un tornado por aquí en mi ciudad, yá es verano, y yo sigo y permanezco aquí en el sótano vacío y lleno de ambigüa soledad, cuando no deseo morir, pues, le temo a Dios y más a la muerte…!.
La vela como haciendo un ademán tan frío con el viento que soplaba desde la ventana que abrió por error Cielo, hace un pequeño fuego en la mesita donde se hallaba la vela. Cuando en la vela sólo hizo una llama perecedera, cuando perecer sólo fue por parte de la vela con aquella ciega compañía que le acompañará por siempre. Hizo un fuego devorador, sin percance, sin destino, y sin alcanzar el cielo, pero alcanzó el sótano. Fue un fuego lleno de luz, como en aquella vela en que se parecía como la luz, como la luz del sol, o como el mismo cielo. Alcanzó todo, se llevó todo a su paso, y más. Sus hojas del diario opacaron un deseo en sobrevivir, en llenar el vacío y de saber que en el sótano se llenó de esa luz clandestina y voraz omo el tiempo, y se consumió en llamas totalmente, cuando se edificó su manera en querer amar a aquel sótano tan real como tan fastuoso fue haber vivido allí. El tiempo y sólo el tiempo, le dejó ver el cielo a Cielo, como era y no como lo pintaba la vida, sino que el desafío triunfó en querer morir de todos modos, si cuando tu hora te llama es que te llama, dijo la adivinadora en ese mismo instante, en otro lugar, pero, en el mismo tiempo. Y la vela con la ciega compañía, cuando ella, Cielo, sólo se sintió tristemente acompañada, pero, sola en soledad como siempre. Y el fuego devoró todo en un segundo de vida, de temor, de ira y de ansiedad, cuando en el momento se debió en creer lo que más pasó con ese fuego siniestro calcinado dejando cenizas por donde quiera. Y Frederich llegó con el perro Futy a salvar a Cielo, el perro olfateó todo el lugar, dejando un sin sabor en el área, en el lugar donde yacían las cenizas más tristes de un sótano tan inmenso como aquel cielo, donde Cielo pertenecía. Y el perro olfateó tanto que quedó tan agradecido comiendo sus galletas más deliciosas que le ofrecía Frederich al olfatear algo. El perro Futy, no logró hallar con vida a Cielo, pero, sí halló unos papeles, unas hojas que volaron alrededor del sótano cuando Cielo abrió la puerta y el viento voló a aquel papel en donde decía y se expresaba de tal manera, así…
“... yo Cielo, la que brilló como el cielo mismo, ahora estoy aquí con sed de justicia y con hambre de libertad, en este encierro que nada me hace bien, solamente quisiera ver a Frederich y saber que nunca lo hizo, que me abandonó por un perro, cuando en el comienzo de una sorpresa todo cayó en redención, en conmiseración, y que nada importaba, y que todo le daba igual, si yá Frederich me había abandonado por un perro, no pude ni podía hacer más nada que rezar y orar porque ese tornado en que yo iba a morir como me lo dijo la adivinadora en aquella fiesta, y que lo espero en éste sótano…”.
Y Frederich leyó varias hojas encontradas casi calcinadas por el fuego siniestro. Cuando el perro las halló debajo de un árbol cerca del sótano triste y más desolado que quedó por ese fuego devorador que invadió al sótano de Cielo. Cuando leyó Frederich otra hoja de papel que decía un poema hermoso que decía así...
¡Oh, tornado,
si te llevas mi vida, ¿qué haré yo?,
si eres como el mismo fuego,
que atrapa, que devora, que cruza por la puerta y hiere,
y más, sí sé yo,
que eres como la veloz velocidad,
y tan volátil como el mismo viento voraz,
que acaba con desunir lo que empieza a edificar,
¡oh, tornado!,
si te llevas mi vida, ¿qué haré yo?,
si de mí te llevas la vida misma,
y la muerte,
¡oh, muerte insegura de horror!,
qué haré yo si llegas a mí,
como llega y lega la noche fría,
a descender como un carismático desierto,
con un levante,
con un sortilegio,
y una incógnita,
y tan infinito es el cielo,
que yo creo que vuelas lejos dejando un rastro sin sabor,
con dolor y con un tiempo en que sólo el sol es testigo,
y de todo lo sucedido…!.
Cuando Frederich lo leyó, al poema de Cielo, sólo le quedó una espinita dentro del corazón, tanto esfuerzo para nada, si se fue al cielo su Cielo, no de ésta vil manera en que un tornado pasaba por la ciudad y se la llevaba como sus hojas con el viento.
Continuará……………………………………………………………………………………..