Alberto Escobar

La madre de Frankenstein

 

Tuve que huir de una madre nociva

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Fuiste mi madre.
Me pergeñaste de la suma de despojos,
del cruce de carnes y nervios ajenos.
Me diste una vida sacada de la chistera.
Me decidiste una forma, un estilo,
una indumentaria hasta otorgarme forma humana.
Una vez hecho a tu imagen y semejanza
me soltaste a la feroz intemperie.
Me diste la flor del sentimiento, la desdicha
de poder enamorarme y su consecuente:
el sufrimiento.
Me hiciste creerme hombre hasta el olvido
de mi sórdida condición de partida.
Me quisiste y me hiciste quererme sin un corazón
que supiera palpitar a la velocidad necesaria.
Me empujaste a pensar en el abismo de la muerte,
en querer asirme fuerte de una existencia huera.
Un día —al calor de los azares del destino— la luz
que en mi mente casi brilla de ausencia enciende
una bombilla: \" debo librarme de mi madre\".
Me levanté de tempestuosa mañana,
de un sueño macabro y sangriento,
me prendo de un cuchillo de cocina
hasta dirigirme a tu alcoba.
Llega la sensatez a tiempo de desprenderme
el arma y corro escaleras abajo.
Huyo bebiéndome las calles en la dirección
de las aguas llovedizas.
Cojo el primer tren que sale a ninguna parte
y me desentiendo de este mundo y de mí mismo.
Cruzo los mares hacia el polo, buscando la causa
de mi causa, la madre de mi madre, para perecerla.
No llego a conclusión alguna salvo el inexorable
suicidio, que me concedo en el precipicio
del siguiente acantilado.
Este fue el fin de mi desdicha.
Por favor, no se lo cuenten a nadie. Es un secreto.