De pavor tembló la noche estrellada,
se apagó el lucero matutino,
se encendió el rubor de la alborada
cuando te cruzaste en mi camino.
De esmeralda era tu verde mirada,
tus sedosos cabellos, de oro fino,
tu boca era como fresa rosada
que destilaba un licor divino.
De tu belleza quedé locamente
enamorado y a tus pies rendido
cual mísero fámulo de tu amor.
De pena lloré cuando de repente
me atravesó la flecha de Cupido
bañando mi corazón de dolor.
Aromas de nostalgia