Por un resquicio
del cielo, se asomaba,
el nuevo día.
Otra mañana,
sin prisas, comenzaba,
a dar sus pasos.
Las margaritas
se alzaban, orgullosas,
y saludaban.
Yo vi tus ojos,
tus labios y tu cara,
bajar del cielo.
Y susurrabas
la tierna melodía
que bien conozco.
Aquella nana
que antaño me dejabas
para dormir.
¡Cuántos recuerdos
de sueños y de infancia
contigo siempre!
Y tú, mi luna,
princesa inalcanzable,
con tus leyendas.
Me diste tanto
que aún creo estar soñando
en tu regazo.
Rafael Sánchez Ortega ©
26/04/20