Yo procedo del grito.
De las calles húmedas,
raídas por inviernos, mal iluminadas
por bombillas intermitentes, y
ese resplandor siempre difuso
de las botellas entrechocadas.
Pertenezco al grito, como otros
se criaron con sutiles e ínfimas salmodias.
Al espanto hecho careta. A la harina
fraguada por el éxodo y el exilio.
Yo procedo, y seguramente muera,
con un grito deslumbrante en mi cabeza.
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