Amor de invierno
Sus blancos cabellos caían sobre sus hombros con la dulzura de un pétalo de rosa. Quedó extasiada al ver la hermosa mañana brillante de sol.
La tibieza de las ventanas la transporto a sus años mozos, cuando podía correr como una liebre, atravesando campos, precipitándose por la orilla del lago, que parecía más azul que nunca, los árboles cubrieron con sus bellas hojas oro los caminos hacia el valle.
¡Como extrañaba aquellos tiempos! Las montañas imponentes se vestían de blanco para darle el saludo matinal. Entre sus manos una taza humeante de café, que solo por un instante, acerco a sus labios el calor de un beso de amor.
Era de porcelana finamente decorada, las blancas flores de los cerezos resaltaban como nunca, fue un regalo de su esposo, hacía tantos años… Era marino de alta mar y en unos de sus viajes se la trajo con todo su amor.
Se levantó solo para colocar otro leño en el hogar. Entrecerró sus ojos, su mente y corazón corrieron velozmente a su niñez.
Con 16 años se aventuró a salir de su casa en el gran Buenos Aires; allí sentía que no tenía futuro, que se ahogaba entre la pobreza y la violencia del barrio. De estatura pequeña, muy delgada, de bellos ojos claros y de largos cabellos castaños, era una niña con grandes ansias de progreso, quería estudiar, cantar bailar, reír, pero… allí nunca iba a poder lograrlo. Tomó sus pocas cosas y a dedo, sin saber a dónde ir, dejó su vida pasada. Recordó a esa jovencita, luchando con todas sus fuerzas, trabajando en cada empleo que conseguía, aprendiendo a valorar el esfuerzo. Poco a poco se fue estableciendo en aquel pequeño pueblo helado de la Patagonia y se enamoró de su nuevo hogar.
Un día de lluvia conoció a Miguel. Era un joven muy apuesto, alto, moreno, muy tímido, de grandes ojos negros, oficial de la marina mercante, adoraba viajar por el mundo…, hasta ese día que por primera vez la vio. Quedó deslumbrado por sus ojos y su belleza, y Ana se convirtió en su puerto de amor.
Después de varios años se casaron Él solía irse por largo tiempo, pero cada regreso era un paraíso para ambos. Llegaron los niños, que colmaron cada momento de sus vidas. Pero todo quedo en el ayer, su hogar ya no era el mismo, sus niños crecieron y cada uno busco su destino.
Recuerda el ultimo día. Miguel emprendió unos de sus viajes, saludándola frenéticamente con su mano y… nunca volvió.
Por años lo buscaron sin resultados, su barco había llegado a destino, pero Miguel no.
Tenía entre sus manos su última carta, miles de promesas y sueños truncos.
Un silencio agobiante penetró su alma haciéndola añicos, trayendo miles de recuerdos, nostalgias y dudas. ¿Que había sido de su gran amor?
Se sentó frente a la ventana como cada mañana, recorriendo con su mirada el largo camino hacia el valle, por donde lo vio alejarse. Ya no llora, sus lágrimas se transformaron en perlas de tristeza.
Tomo su chal se lo colocó en sus hombros, sintió frio. De pronto a lo lejos percibió una figura difusa, su corazón se aceleró, se preguntó con gran ansiedad ¿Será?... Corrió a la puerta y al abrir un viento gélido golpeó su piel, el sol no la dejó ver quien estaba en su portal, pero no necesitaba verlo, cada una de sus fibras reconocieron ese aroma especial. Entreabrió sus ojos cansados, apenas pudo ver la más bella sonrisa, lo abrazó con todas sus fuerzas, besó como nunca su rostro. Él, cómo cada día del pasado, la levantó en sus brazos, la llevó a su habitación con pasos suaves; se recostaron en el lecho, él la abrazo tiernamente, ella posó su cabeza sobre su pecho, apenas pudo levantar su mirada, y en un hilo de voz pronunció las palabras más dulces,¡¡ Gracias amor mío por venirme a buscar!!...
Y todo se volvió blanco celestial.