Ensayo: Imprudente Compañía
“Son los amigos los que se creen amigos, cuando son la imprudente compañía en una ceremonia”, sólo me dijo Artemio, cuando llegó de los estados. Para empezar, fue en una ceremonia, la cual, se identificó la imprudente compañía, en saber su mala postura ante tanta gente “casi” culta. Sin embargo, se enfrío el deseo, el ambigüo porvenir, y el mal comportamiento de esta clase de gente ante tanta gente “casi” culta. Sólo me dijo, lo que le ocurrió hace unas semanas de viaje hacia los estados. Además, su indiferencia sólo se debió en correr por el puente desnudo, y sin ropas, al acecho, de un mal comienzo, cuando se dió la imprudente compañía, en descifrar su acometido. Sólo me dijo, Artemio, don Artemio el barbero de la esquina, que casi lo acechan con dimes y diretes en una ceremonia. Él, dice que la compañía harta como un agrio sabor, pues, su complacencia fue una mala compañía. Hablando mal, con una distinción de comidilla social y de murmullo solitario acompañado de mala postura cuando en la sola sociedad se atrevió a identificar la comidilla social. Cuando, de repente, en el banquete se debió de alterar sus habladurías sociales. Si era la imprudente compañía, la que enredaba su vil atracción, cuando en la ceremonia se debatía la ira, la envidia, y la erosión inevitable de la mala lengua. Y, sin embargo, en el banquete había de todo uvas que con ellas se hacía el vino más caro, con el guineo que con él se hacían batidas exquisitas, y fresas que con ellas se debatía el buen gusto por las entrepiernas que habían. Si las mujeres mayormente, se reían de la envidia de las otras, mientras que el sarcasmo y el masoquismo en las palabras se debatían un perjuro y un ademán tan frío entre las manos que acariciaban el vino y el banquete. No se debe de tentar la traición que pasó Jesús en la última cena, cuando el Judas el Iscariote le hizo la felonía, pues, aquí no era traición era mirar de reojos, la envidia yacía en platos sucios de comedores. Cuando, de repente, don Artemio, llegó a ese banquete, vió el pan y el vino, como la última cena del Cristo, que no se debe de tentar la mirada por aquel banquete de comidilla social con la imprudente compañía. “Son sólo amigos que se creen amigos, cuando son la imprudente compañía…”, sólo se debatía el comer en platos exquisitos de realidades, pero, de escasa hambruna de sociedad que no calma el hambre sino con habladurías furtivas de aciago porvenir.
Y era don Artemio, el que con el banquete se asomaba en cada rincón de la ceremonia, cuando llegó a aquella noche vestido de esmoquin. Cuando en el banquete sólo se debió de enfríar el brindis, el mozo y la mesera, inocentes de todo, cuando en el futuro se veía venir el murmullo del masoquismo social. Y don Artemio sólo se sintió como un mosquito volador, cuando pasaba en cada rincón y sabía yá de todos los chismes y pormenores en cada rueda de aquella ceremonia celebrada. Si las miradas y los confines, cuando el festín daba el final yá y la imprudente compañía, sólo cosechaba lo que en platos sucios se alimentaba el cuerpo, de envidias, de iras, y de amantes del vino a cuesta de la mala pasada que les jugaba el destino frío. Cuando en el banquete sólo se debió de dar una buena amistad de años, y de salvación, pero, no sólo explotó el murmullo sino la comidilla social. Sin embargo, en la ceremonia se debió de haber cosechado un ambiente seguro y no de hostilidad ni ambigüo camino. Cuando en el saludo, cuando llegó don Artemio, se sintió el saludo hipócrita, indeseado, con sarcasmos y risas atraídas de tristeza y de amargo sabor. Cuando en el deseo se vió la ira inconsciente de unos labios con demasiado sabor a envidias envidiables de un mal deseo. Cuando en el banquete se debió de alterar lo yá sucedido, cuando la imprudente compañía sólo era comidilla social. Además, en la ceremonia no era como el ocaso sino como la noche más fría de un capricho al hablar de los demás, con una insinuación casi indebida e indirectamente álgido como el tiempo inocuo. Como un tiempo, un sólo tiempo, cuando en el delirio se enfrío como el banquete lleno de atracción y de alimentos que alimentaban el desafío de iras y de dolores ajenos, si era la imprudente compañía. Sin embargo, en las cartas del azar se fue la manera de amar, y de ignorar el malestar que le daba las habladurías. Si era don Artemio, el que no quería más rondar por las esquinas de aquel comedor, que parecía más un comedor social que un banquete de la alta sociedad.
Y era don Artemio el dador de la frase, “son los amigos los que se creen amigos, cuando son la imprudente compañía en una ceremonia”, cuando en el albergue de la tristeza se comprendía una amarga espera en saber que el destino era y será, como el pan nuestro de cada día. Y sí, así era el banquete, la ceremonia de alta sociedad, cuando en el vino se brindaba con la sonrisa de los dientes para fuera. Cuando en el banquete había un pescado frito con que lo había pescado en una red un pobre pescador, había una ensalada donde se veía que era cosechada por la misma tierra donde vivían dos polos tan opuestos, el pobre y el rico, y el de alta sociedad y el de la bajeza más enorme como presenciar una risa sarcástica, donde el rumbo se debatía en el juego del dime y direte en el murmullo social. Y don Artemio un jugo primoroso donde se veía departir la espera, de esperar por los chismes dados y florecidos por el vino con uvas exquisitas del jardín de don Juan y hecho con los pies, con la mejor forma de envenenar hasta el alma a la gente inconsciente de realidades. Y, para finalizar, don Artemio, el juez dador de lo primero, y de lo segundo, fue hartar a la comidilla social. Y, para terminar, se veía venir el brindis, en copas de decepciones, y de desafíos inconclusos de atiborrar a la impoluta verdad. Cuando en el desenfreno de la necesidad se intensificó más la verdad, de que la sociedad mal parada acababa de pertenecer al rincón secreto de morir bajo la estatuilla de la ciega justicia. Cuando la ira, la envidia, y el sarcasmo y masoquismo de habladurías le encantaba a la gente y más a la alta sociedad en envenenar la lengua con tan sólo morderse con hablar mal de los demás.