No había nada, y fue todo.
Ese todo pentagónico que vierte
sus rojas ascuas en las aguas terrenales
del aire que susurraba: todo.
Era todo, aunque nada;
anodina parte del todo
de lo que nos rodeaba,
ínfima inmensidad de un todo,
pero significó todo esa nada.
Fuimos agua que, al bajar,
iba arrastrando las ganas y,
de tanto mojar la piel,
la lluvia nos anegaba.
Fuimos lava, cama en llamas,
pero de quemar el fuego
las pavesas de las brasas
nos granizaron la noche,
no notamos que ya helaba.
Eramos núcleo, epicentro,
el eje de intersección de dos líneas
que cruzaban y fueron perdiendo
el punto a la vez que equidistaban.
Recobrada del barbecho,
tierra fértil de labranza que llenamos
de otros todos tapando el vacío
que ensanchaba.
Éter, mente, sombras, almas,
aire suma de dos soplos
que uno y uno se tornaban.
El aire paró el silbido,
enmudeció entre las ramas
de un otoño que llegó
mientras agosto asomaba,
a destiempo apareció,
cuando nadie lo esperaba.
Miramos en los bolsillos y
ya no quedaba nada,
sólo memoria del todo
y su dolor de añoranza;
cinco puntas de una estrella
que del todo nos apeaba.
Fuimos todo y hoy ya nada. Nada.
Todo lo dimos por todo y
se quedó en todo por nada.
Luz De Gas