Kinmaya

La casa de los gritos

La casa, emitía voces desconocidas, extrañas, y no había ningún sueño que la habitara. Nadie quería estar mucho tiempo en ella. Pero lo peor; eran los gritos.

Salían desde todas las habitaciones, desde todos los espacios. Se llevaba todos los silencios, y luego, solo quedaba una bestial soledad. Cuando los gritos se calmaban, seguían replicando en mi mente, y si cerraba los ojos...se escuchaban aun más fuertes.

El miedo en aquella casa no siempre era lúgubre, había noches en que las puertas se iluminaban y la luz parecía viajar a un vacío lleno de paz, todo quedaba envuelto en un suspenso inanimado, y se hacía aun más inhabitable. La casa...desaparecía.

Había noches en que los gritos se hundían entre el cielo y el suelo de la casa, debajo mismo de mi cama, y cuando llovía, el agua se llevaba algunos de los gritos hacia el fondo de la tierra. Pero no todos los gritos; se quedaban los más densos y los más desagradables.

Desde mi cama nocturna con ojos de búho observaba los espacios, y el mas mínimo movimiento. Una profunda oscuridad lo escondía todo detrás del tiempo, las horas...ni siquiera se escuchaban. Algunos gritos sucedían de día, pero los escuchaba solo por las noches.

Todavía hay algunos guardados en mi memoria, puedo escucharlos viajando cuando alguien más grita, incluso puedo verlos. Algunos tenían forma de niebla fría, los sé, porque luego, todo se desvanecía, llevándose los pocos recuerdos sanos y además no sentía mi cuerpo. Todo desaparecía; menos los gritos.

Los gritos todavía existen, y por el momento es lo único que recuerdo con claridad. Gritos que no eran míos.

Solo tuve que vivir con ellos antes de aprender a hablar...antes de aprender a caminar.

Ahora mismo puedo recordar algunos de aquellos gritos; vienen desde el silencio del mismo útero.