El gráfico de abscisas arriba mostrado está extraído del magnífico ensayo Allegro ma non troppo, del historiador italiano Carlo María Cipolla. En él se representan a la perfección diversas características humanas, en base al manera de actuar de cada persona y las consecuencias que este comportamiento puede acarrear.
Esta mañana he leído un gran artículo de una profesora de biología de la universidad de Málaga en el que se valía de este gráfico para aplicarlo al modus operandi de los negacionistas del virus Covid-19, quienes se encuentran claramente encuadrados en la parcela de los estúpidos, pues no solo ponen en riesgo su propia integridad convocando y organizando manifestaciones multitudinarias sin ningún tipo de protección sanitaria, si no que además arriesgan la salud de terceras personas a las que se acercan cuando la manifestación termina, como sus círculos familiares o compañeros de sus entornos laborales.
Esta gráfica debería estar plasmada en las aulas de todos los colegios del mundo, al lado de la tabla periódica de los elementos, al tratarse de una forma bastante pragmática de simplificar el efecto que tendrán nuestros actos según nos encontremos en cada uno de los grupos que entre sus coordenadas se enmarcan, y es algo que debería enseñarse desde la infancia, cuando somos más moldeables y aún se pueden corregir(o al menos disimular) nuestros defectos y potenciar nuestras virtudes.
La autora del artículo, como digo, se centraba en los negacionistas de la pandemia, pero las variantes de la gráfica se podrían extrapolar a casi todos los ámbitos de la vida, y tal vez en estos momentos de miedo e incertidumbre quizás sean más evidentes. Desde el ámbito político hemos visto como muchos oportunistas se han valido del drama para intentar sacar rédito con el fin de obtener a toda costa su cuota de poder. Hace como seis meses que el virus nos pilló de sorpresa y por mi parte, sigo tratando de procesar toda la información acumulada durante este semestre. Desconozco la gestión que se estará haciendo en otros países porque, como digo, bastante tengo con mantenerme al día de lo que aquí ocurre, pero dudo que fuera de nuestras fronteras, semejante tragedia haya servido a sus clases políticas para intentar sacar provecho en lugar de para formar una piña y cuando todo esto pase reabrir hostilidades o pedir cuentas. Desde la objetividad, sin pretender defender a unos partidos políticos y atacar a otros, ya que mi concepto de un mundo ideal lo tengo reconocido desde hace tiempo como una utopía incompatible con la condición humana, solo quiero centrarme en hechos irrefutables. Lo primero que me gustaría decir, es que el partido político que más gratamente me ha sorprendido en este sentido, ha sido el Partido Popular, por haberse mostrado en todo momento dispuesto a colaborar, o al menos, a no entorpecer la gestión de un gobierno de coalición que, nos guste más o menos, y gracias a que llegaron a ponerse de acuerdo, si no estaríamos todavía celebrando elecciones, es el que nos ha tocado en suerte al frente de esta pandemia.
Luego está el partido de la extrema derecha, que desde que nos estamos rascando de corona como los perros se rascan las pulgas, no ha hecho más que intentar desestabilizar con la única intención de verse entronizado, sin importarles lo más mínimo el bien de los españoles. Señor piraña, todos sabemos en España que si esta pandemia nos hubiese llegado con su saber hacer al mando, le habría cerrado las fronteras al virus y la piel de toro ahora mismo sería una fiesta de la espuma sin fin... en lugar de dedicarse a echar mierda continuamente a los gestores legítimos, mediante sufragio universal, de esta oscura vicisitud, díganos usted como librarnos de este mal. A estos, evidentemente, se les debe situar en el cuadro de los malvados. También tenemos a sus secuaces, en el grupo de los estúpidos, dándole, por poner un ejemplo, a la cacerola sin descanso frente a una casa donde hay niños pequeños que no podrán ni dormir. Y digo que estos forman parte de la alineación de estúpidos por, además de, entre otras cosas, intentar molestar y desestabilizar a personas que intentan llevar su vida, perjudicarse a sí mismos. Nunca lo he intentado, quizás en mi más tierna infancia, pero lo de estar dándole día y noche dándole con el cucharón a la olla, debe producir unas jaquecas y un dolor de brazos tremebundos. Está claro que la estupidez es más peligrosa que la maldad porque un estúpido no sabe que lo es, y esta ignorancia puede llevarle a cometer actos viles pensando que está haciendo algún tipo de bien, y de estos deberíamos guardarnos en la medida de lo posible. Se puede hablar largo y tendido sobre este tema, pero ahora tengo cosas más importantes que hacer.