El desierto desprende destellos meridionales, los lobos en sus cuevas miran de reojo las sombras de los insectos que atrevidamente revolotean en busca de agua, los cascabeles ya no me dan miedo.
Le tengo asco a todo.
La carretera empedrada de lágrimas secas se distorsiona a lo lejos, también de cerca. Ráfagas de viento se atascan en las vias respiratorias de quien tan solo ayer vislumbrava alegría. Un látigo de vida y muerte pasó dejando un eco de rabia, dolor y frustración.
Abundan las contradicciones en las manos del niño que no ha nacido y en el pecho de la madre que aún no es madre. Un vientre consumido impulsa corrientes nerviosas a un sistema casi vegetal.
Si permanezco en esta silla voy a vomitar.
Quizá nada importa.