¡Ya no se mueven…!
los escombros marmolados de sus penas
en los muelles infinitos donde las palomas
están emparrando hoy olas de triste sepultura
y desde donde trepan el polvo de flores negras.
¡Ya no se mueven…!
se resbalaron hasta el suelo las hebras
descosidas de esa lluvia que siempre espera,
como un vestido mojado de hambre,
como una batalla de ríos fríos sin vejez.
¡Ya no se mueven…!
ni en las lindes de los sustantivos
los tréboles marchitados de los baladros,
los que aún buscan en los barrios de los charcos
los reflejos de las pestañas de cenizas.
¡Ya no se mueven…!
los segadores de las astillas del agua,
ni la cadena perpetua de la blusa de sus besos
ni los pasillos de las mariposas que en el aire
hacen el amor a las olas de viento con sabanas.
¡Ya no se mueven…!
los escondites de los clavos de tus llantos,
ni las cofradías de los tiestos de flores de papel
que sembradas entre relojes soñaban con esperar,
con desvestir los retales de cielos nublados.
¡Ya no se mueven…!
las golondrinas dormidas en las aceras,
ni la luz precintada en las grietas de la niebla,
solo la sucursal de los dedos juntados
que hablan preguntando apoyados bajo la nariz.
¡Ya no se mueven…!
la sed desnuda de las gotas de tus lágrimas,
ni los pensamientos resbalados del tejado,
pero si lo harán las rodillas de las estrellas
para que no se cierren los ecos del aire.
¡Ya no se mueven…!
las guerras donde ganaban los instantes,
ni las mañanas con ausencias de inocencias,
solo el destierro de las guerras de jabones
donde se tuerce y enjuaga el tiempo.
¡Ya no se mueven…!
las aceras reflejadas en las ventanas,
ni los caminos vestidos de polvo y agua,
solo los garabatos que dibujan los zapatos
en la arena donde se siegan el visado de los silencios.
¡Ya no se mueven…!
los arañazos de los pedazos del tiempo,
ni las copas vestidas de abrazos sin manos,
solo los recreos de las madrugadas de las procelas
donde se acuestan las noches en perchas.
¡Ya no se mueven…!
las grapas que se arrimaron a los tropiezos
pero si la timidez arañada de las caricias
y el aire limpio de la ropa de los roperos
que perfuma las manivelas del tiempo de una vida.
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