Perdóname, Dios Santo, los motivos
que admiran a una dama con crespones;
mezquinas e inmorales sinrazones
colmadas de egoístas objetivos.
Amando a una mujer sin paliativos
la joven se casó por tradiciones
y al poco de enviudar, mis tentaciones,
fluyeron nuevamente sin estribos.
Un pésame embustero apenas dije
ansiando en mi interior hacerla mía
testigo su marido ya difunto.
Y es esto, Santo Dios, lo que me aflige
pues viéndola de luto, yo querría,
ahora consolarla en contrapunto.