Estaba sembrado en tus pupilas, -algo claras pero de cielo- pero nunca quisiste encontrarlas con la mías -nada claras, más de tierra-, por que solamente siempre te las buscaba.
Estabas perdida en nuestra distancia que quedaba cada vez más larga, y nunca volamos -siquiera un poco, o mejor todo- a cubrirla.
Estuvimos mirando transparencias, divagando con las luces de otros y pocas otras -creerme no necesitarías-, girando siempre hacia allá, lejos como los demás.
Hasta que por fin -el principio- arranqué una sonrisa parpadeante, la cual nos hizo rebotar una y otra vez, como solemos desde entonces, para llegarnos y siempre vernos sin importar desde donde lleguen nuestras luces.
Por eso podemos gritarnos, alabarnos, maldecirnos, llorarnos, aplaudirnos, expulgarnos, confesarnos y claro, extasiarnos... siempre en la mínima distancia de nuestro silencioso diálogo -entre el cielo y la tierra.