Sin embargo yo,
que ayer conocí la misericordia
en el reclinatorio fiel de tu cama impía,
hoy muero de frío
en la sala de espera de tu roce,
sin reparar siquiera
en el destello subliminal
de tu pernicioso desprecio.
Entumecida, glacial, arrecida,
mi piel tiembla paralizada, inmóvil:
quién va a abrigar ahora
el latido níveo
de este corazón aterido
por el cierzo.
Luz De Gas