Fátima Aranda

Bóreas

Sin embargo yo,

que ayer conocí la misericordia

en el reclinatorio fiel de tu cama impía,

hoy muero de frío

en la sala de espera de tu roce,

sin reparar siquiera

en el destello subliminal 

de tu pernicioso desprecio. 

Entumecida, glacial, arrecida,

mi piel tiembla paralizada, inmóvil:

quién va a abrigar ahora

el latido níveo

de este corazón aterido

por el cierzo.

Luz De Gas