Y entonces así nada más apareció ante mí;
sin buscarlo, sin anhelarlo, sin mirarlo.
Fue tan duro haberlo visto que no había duda
de que fuera mío. Era algo duro, rígido y único.
Yo lo veía sin querer, el me buscaba, me necesitaba.
No sabía que hacer sino verlo de reojo.
Yo no sabía que lo había visto y ahí estaba: buscándome,
anhelándome y sobre todo amándome.