Son brillantes los ojos
estimulados por opiáceos
rosas trituradas en las mandíbulas
que florecen cerca de los lupanares.
Doy al cinematógrafo, la escultura
del aire; donde, el amasijo de astros y vísceras,
envuelve este infinito tumefacto.
Al fin, la luz: coche de nívea factura,
con su túnel de pájaros que vuelan y chirrían.
Me retorna a los labios; aquellos incesantes,
de las bayas sumergidas del subsuelo-.
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