Recuerdo que querías, hacer de amor un nido,
bordado con las notas de mística canción;
que fuera mi poema, gorjeo bien tejido,
cantando a tu figura tan llena de pasión.
Tus ojos tan azules brillaban como el cielo,
con esa llamarada, de inquieto atardecer;
vagaban por las nubes, fervientes del anhelo,
que tienen los poderes de hacerte enloquecer.
Mis manos cariñosas, traviesas y candentes,
igual que mariposas, volaban por tu piel;
tus senos palpitantes, lo mismo que las fuentes,
vertían sus pezones tu codiciada miel.
Tu rostro sonreía de forma casi etérea,
con esa delicada sonrisa angelical;
que pinta los paisajes, de la ilusión sidérea,
que lleva los encantos del aura matinal.
Tus labios y mis labios, uníanse contentos,
con una enorme gula difícil de saciar;
y nuestros corazones, ansiosos y sedientos,
latían con la fuerza de un encrespado mar.
Después de cierto tiempo, se fueron pagando,
aquellas tus caricias tan llenas de calor;
y el nido que construimos, se iría destrozando,
al ver que se esfumaba la llama del amor.
Autor: Aníbal Rodríguez.