Al calor placentero de tu estancia,
bajo el tenue fulgor de una bombilla,
se desnuda el deseo
tras notas que se ahogan en sordina.
Sones difuminados en las sombras
que perfilan un cuerpo de odalisca,
se apagan los suspiros
y se incendian con fuego mis pupilas.
Y es allí donde empiezo a desvestirte,
a tramar en mi mente expectativas
de una tórrida noche,
de pieles que se funden en caricias.
Aflojo los botones madreperla,
descubro los encajes con puntillas,
de la tela ligera
del suave tornasol de mantequilla.
La redondez clásica de tus hombros
se revela sabiéndose exquisita,
y tímida provoca
la acuarela rosada en tus mejillas.
Muestras el breve talle delicado,
la esbeltez que enaltece las costillas,
el vientre de locura,
el pubis primoroso de una ondina.
Se liberan los pechos del presidio
del montaraz sostén que los cautiva,
escuetos y medrosos,
temblando por salir de su guarida.
La ropa se desprende de tu cuerpo
luciendo su donaire en la caída,
perfecta te contemplo,
desnuda descifrándome tu enigma.