Detrás de esta catarsis ¿Qué nos queda?
¡La bendita, la denostada y pródiga,
la inexcusable proximidad de los otros!
Porque los demás ya no están detrás de nuestra puerta,
escaleras abajo, en la esquina de un bar.
Porque se apagaron aquellas risas curativas.
Porque en las sombras alargadas de una noche
nos han fusilado en los lienzos de Hopper.
Aquellas soledades con salidas de emergencia
y salvavidas como los barcos, y radio
para pedir socorro si fuese necesario,
han amanecido en medio de un ciclón
de faros invisibles y relámpagos,
interferencias, mensajes corrompidos
y cuerpos aturdidos por consignas.
De improviso la estrella polar
se ha ausentado de nuestro firmamento
y Google tambalea buscando las respuestas.
Gritábamos justicia, libertad o patria
y de repente se hundieron las fronteras,
y apenas nuestras vergüenzas cubren
los exiguos harapos de un planeta,
las míseras rutinas que nos quedan.
Afuera la marabunta se cubre de silencio,
oliendo la lejía del marco de las puertas
y nosotros el miedo cerval de los corderos,
porque el miedo huele.
Porque casi ya no queda nada:
de la sonrisa, apenas la palabra,
de los abrazos, solo la distancia,
de los besos y caricias … arroz amargo.
Un mundo aturdido por silencios, insólito,
apenas poblado de extrañas criaturas
que nos evaden y miran con recelo.
¡Qué terrible paradoja!
Cautivos de la propia primavera.
Podría soñar con que el despertador sonara
y por la radio manaran alegres voces
como lirios del tiovivo barrio de colmena.
Podría soñar y descubrir que todo
fue un mal sueño de conciencia.
Podría descubrir de repente la alegría
de no haber perdido lo intocable
y cierto de lo próximo y pequeño,
pero cuando oigo la fina voz de las ausencias,
el vuelo errante de las hojas sin destino,
el semblante serio de imponentes barricadas,
descubro que era feliz sin yo saberlo
y ese vacío insoportable de quebranto
de haber pasado sin ser visto…
Cuando el sonoro maquinar de la cuadrilla,
retire carteles, basuras y mentiras
y deje de espiarnos la conciencia,
por fin se abrirán las puertas…
Un gato ausente y un gélido ciclista
espantarán apenas las intrépidas palomas,
las miserias se quedarán tan solas
como la soledad infinita de los muertos.
Ya nada será lo mismo:
las risas necesitan alas,
las alas necesitan viento,
cuando el dolor se ensaña
no hay vuelo, ni aire, ni siquiera lágrimas.
Yo sé que nadie va a tocar mi ensueño
de un mundo de latir planetario,
pero quedará gente con el alma cartesiana:
meridianos, paralelos, dividendos,
comisiones y trópicos de cáncer-capricornio.
Cuando el dolor se ensaña
no bastan hipotenusas para seguir viviendo,
total ¿para que se precisa saber música
si es claro el grave y solemne himno de la patria?
Me alienta una esperanza:
que hayamos parido la rabia de mover piedras,
hija del miedo, para conquistar el mundo.
Si somos voz y el dolor carece de fronteras,
debe ser más fuerte este clamor de la colmena.
P. Maglou