Eran oro derretido,
eran dos finos topacios
de jarabe de ternura
y destellos de durazno.
Eran miel en cataratas,
eran ámbar perfumado
del licor de la caléndula
y del zumo del naranjo.
Eran sus ojos dos soles,
dos vitrales adornados
con las ascuas que iluminan
un horizonte al ocaso.
Ambos eran caramelos
de dulzor afrodisiaco,
un almíbar de emociones,
un orfeón de dorados.
Eran dos piezas de bronce,
eran brandy destilado,
orlados a forja y fuego,
labrados a fogonazos.