Duró muchos años, desde muy pequeña esperé tu llegada todos los días, pendiente siempre estaba, tan solo verte era suficiente para alimentar la emoción. Tu rostro lo tenía gravado con un sello en mi mente, fue una constante de todos los días, nunca expresé tal atracción, pues la mayoría sentía la misma admiración. Sin embargo establecí un escudo de protección, había mucha diferencia social y sabía cual era mi lugar. Tal vez mentalmente siempre atraje que compartiéramos muchas cosas juntos; seleccionados para el baile, el homenaje y hasta fuimos los más sobresalientes del plantel. Pasaron los años y a mis escasos once años experimenté la tristeza más aguda, cuando teníamos que partir a otra escuela, recuerdo como esa canción de despedida “Las golondrinas”, se enclavó en todo mi ser, en silencio lloraba, pues no sabía si te volvería a ver.
El destino se encargó de cumplir mi deseo y te volví a ver, repitiendo la historia tan solo de conformarme por verte y crear fantasías, siempre disimulando y ocultando mis sentimientos, en la mente de una adolescente. Pasaron los años y definitivamente no te volví a ver, empezó el reclamo de mi memoria que exigía tu presencia, los sueños recurrentes se hicieron presentes, me perseguían, ahora el subconsciente hacían realidad lo que nunca pude expresar, soñaba tantas cosas hermosas que hasta que estábamos en el altar, mis emociones tenían libertad de expresión y de muchas formas se manifestaron en esos sueños felices que por años alimentaron tu recuerdo. Durante el día llevaba una vida conformada felizmente, pero esos sueños no paraban y aunque eran hermosos me preocupaba esa frecuencia y quería tratarme hasta psicológicamente, sin embargo no fue necesario te volví a ver después de treinta años. No has cambiado mucho, sigues siendo atractivo, te pude ver de frente, segura de mí, sin temor y hasta con cierta indiferencia. No lo había notado, tampoco supe en que momento, pero ni en sueños te he vuelto a ver.
Taltamira.