Haciendo relación de mis memorias
de amores y delirios anegadas
recuento los instantes de mi vida
sentado en el cenit de la sabana.
Lo mismo que un zenzontle retraído
contemplo de horizonte hermosa franja
teñida con colores esotéricos
que tienen en sus tonos reflejadas
las horas de un pasado tempestuoso
que alumbra con celajes esmeralda
los sueños que nacieron a graneles
lo mismo que una lluvia de esperanzas.
Y miro las gaviotas que semejan
las alas de ilusiones ya pasadas
que traen a mi mente los momentos
de noches tan serenas y tan largas
que fueron escenarios de amoríos
en épocas preciosas y lejanas.
Entonces mis suspiros inaudibles,
sintiendo en su corteza la estocada,
se pierden en madejas de recuerdos
durmiéndose al compás de las campanas
del tiempo, que inflexible no detiene
del péndulo veloz su cruenta marcha.
Observo melancólica pradera
allende donde vuelan lindas garzas
y miro que revuelan en las brumas
del sol, que lentamente ya naufraga,
en medio de las nubes vaporosas
de tintes misteriosos adornadas.
Entonces con tristeza desmenuzo
historias que una vez fueron sonatas
de tiernas ilusiones tan sublimes
bordadas con pasión en sedas blancas
que vibran con ardor aquí en mi pecho
con notas celestiales que emborrachan.
Clavado en mi embeleso de ese tiempo
retumban las ruidosas algazaras
de aquellas indolencias juveniles
sonoras como alondras en parvadas
que llevan en su arrullo la ternura
del místico sonar de la guitarra
que fue la compañera inseparable
en dulces y sentidas serenatas,
que suaves, armoniosas, virginales,
profundos sentimientos expresaban
haciendo del amor un sacro templo
con pírica quimera apasionada.
Cenefas de esas verdes primaveras
aún en mis recuerdos van guardadas
pensando en esas brisas matutinas
que un día acariciaron mis mañanas.
Pernoctan en la esquina del anhelo
que hiciera palpitar a mis entrañas
lo mismo que los vientos que sacuden
del trigo sus espigas de oro y grana.
Ahora, como eternas amapolas
perfuman el anden de mis nostalgias
cubriendo con su efluvio tan etéreo
las velas consumidas de mi estancia.
Autor: Aníbal Rodríguez