Un silencio atronador
ocultaba su voz.
¿Por qué no hablas? Le decían.
Su silencio respondía.
El silencio, su identidad.
No la entendían.
El silencio, su cautividad.
No la veían.
Mil y un insultos recibía
que su silencio consentía.
Presa de mil etiquetas
que para nada merecidas.
Presa de un yo impuesto
que para nada cierto.
En sus ojos miedo percibía
ante lo que no transmitía.
Su silencio no era lo que más le dolía,
era la indiferencia que percibía
lo que cada día su boca cosía.
Tras desprecios que recibía
sus miradas al suelo dirigían,
día tras día,
aquellos que ni querían, ni sabían
cómo se sentía.
El silencio, su identidad.
Eres así, le decían.
El silencio, su cautividad.
Eres callada, le decían.
Mientras en silencio componía
con las lágrimas que caían,
día tras día,
los versos que en silencio leería
el resto de sus días.
Era el silencio y soledad
su impuesta identidad.
¿Por qué no hablas? Le decían.
En silencio respondía.
Mi silencio, mi filosofía.