Jamás debí entrometerme en sucesos que ya,
desde hacía mucho tiempo, dejaron de ser míos.
Ni si quiera pisar su paisaje: apenas dos rosas
rodeadas por muchas, por demasiadas espinas.
Tampoco debí preguntar si todavía
contabas conmigo…
Pido mil disculpas,-sin saber a quién- por, incluso,
haber llegado a retener y desear a
todo el eco en fuga de tus besos.
Lo correcto hubiese sido, simplemente,
retomar mi vida y no olvidarme de mí mismo,
de quién era…
… Y… en fin… Fue algo que no pasó así.
Y me vi obligado a pedir la ayuda de los oráculos.
Así, mucho, mucho después, gracias a ellos,
al paso del tiempo y a tanto y tanto acontecer
inesperado, fui capaz de desmontar, entender y aceptar
el verdadero sentido de la vida.
Ahora, desde esta pausa otoñal,
refugio donde a salvo me siento
de tu cruel desamor, y donde no te creas
que he venido a esperarte,
por fin me siento capaz de respirar y
sentir un nuevo todo que nace del
más definitivo y contundente adiós.