En las afueras de alguna ciudad el viento sopla violento,
ojalá aquí en el pueblo soplara, mis lágrimas así se secarían dentro,
ni siquiera se animarían a salir.
Anoche que estaba afuera observé las estrellas y se movían dibujando tus palabras, me herían, sí, pero nada me herirá como lo que escupes cuando te digo lo que quiero.
Que me lo dices porque me quieres? Ja!, que te lo crea el perro,
desde el cerro se ve el gozo que te provoca mi sufrimiento, te crees verdugo ¡pero no llegas ni a bandolero!
Y jamás olvides cuánto he llorado frente a ti, que al triplicarlo obtienes lo que lloro en silencio.
Es eso lo que me provoca tu desprecio: heridas de estrella y lágrimas secas.