Muchos son los policías,
ya se acercan sus caballos,
y el bandolero los mira
entre el polvo de sus cascos.
Son jinetes que divisa
ascendiendo a su barranco
a saldar cuentas proscritas
que el bandido fue dejando.
Erguido en la serranía
tiene un trabuco en las manos
y la navaja escondida
alrededor de su manto.
Sobre la frente contrita
lleva de tela un pedazo,
pañuelo de seda rica
en emboscadas y asaltos.
A sus pies alguien suspira
sujetándole llorando
quién resulta prometida
del forajido romántico.
Idilio el suyo sin miras
y expuesto justo al fracaso
pues providencias divinas
imparten tragos amargos.
A orar ella como en misa
comienza justo entre llantos
con lágrimas infinitas
al escucharse disparos.
Son de aquellos que intimidan
en su misión al cercado
decididos a cumplirla
a pesar de verlo amando.
-¡Alto a la autoridad!-gritan,
¡Date preso o bien finado!
¡Pues de la forma que elijas
vendrás muerto o respirando!
Este, sin alternativas,
transige a tan duro ocaso
y a su mujer con la vista
empieza a darle un abrazo.
-Llegó la hora vida mía,
terminó lo que empezamos,
está mi alma corrompida
y pagar debe sus actos.
Luego sus armas las tira
alzando arriba las manos
sin que sus miembros resistan
el temblor que siente franco.
Los alguaciles registran
sus prendas de cabo a rabo
y tras sus grupas lo envían
justo después ya de atarlo.
De la moza compungida
a sus ruegos no hacen caso
sabiendo que la chiquilla
culpable sólo es de amarlo.
Entonces al trote giran
volviendo sobre sus pasos
y sola a la mujercita
allí dejan sollozando.
-¡Dios, te imploro hagas justicia,
y que logres perdonarlo!...
…¡Pues no puede ser maligna
el alma que quiero tanto!