Aún conserva el olor pegajoso de sangre
vigorosa, caliente,
como aquel sentimiento que secaba mis labios
y temblaba en tu pecho.
Era abril; una tarde con presagio de estrellas,
y en los charcos parduscos que doraban las nubes
se trazaban dibujos al borrar nuestras huellas.
Era abril. Olía a sangre verde y ámbar, como ahora…
(Pino verde que canta. Chopo blanco que llora...)
Te acercabas deprisa
y tus manos ansiosas deshacían mis trenzas.
Era abril; la resina
rezumaba del tronco por abiertas heridas,
y brillaba en tus dedos, deslizándose, lenta…
Aún tu nombre me duele
al pasarle la lengua paladeando con fiebre.
Aún tu nombre me corta con su filo mordiente,
como aquellas palabras,
como Ausencia, Adiós, Muerte…
Ahora tiemblo como antes.
Tú te acercas despacio
y mi abrigo en el suelo es un perro dormido.
Huele a sangre de árbol.
Acaricias mi rostro y yo callo y revivo.
Crece un llanto de trigo desde el centro del vientre
y en la boca se mustia como el musgo en la piedra.
No es abril ya. No vuelve.
Se mustiaron las horas y cayeron, crujientes
como un pan recién hecho que mi boca no muerde,
que yace como un mar ahíto de playas,
que tan solo cae y muere,
y es un tiempo perdido que ya nunca recala.
Ya mis ojos se cierran.
Me emborracho de bruma y el otoño me ciñe
con su música espléndida de recuerdos y yedra,
melancólica y triste…
Coges la navaja
que cayó en silencio a un suelo que grita
hojas amarillas y vergüenza amarga.
El perro dormido que es mi abrigo oscuro
salta hacia mis manos como un cachorrillo
y cubre, piadoso, mi cuerpo desnudo.
Caminas despacio.
Me miras. Me oculto.
Abres la navaja, te acercas al árbol.
Vuelves a mirarme; yo también te miro.
Sobre aquellas huellas que antaño trazaste
hundes la hoja blanca con ardor de amante.
Sangre de resina por el tronco herido.
Un beso que vuela parece una flor…
A de Aquí. De Alba. De Almendro florido…
A de Antes. De Ahora.
De Alma.
De Amor…