Sólo por el placer de caminar
no viniste al jardín de esta abadía.
No basta con vivir, él le decía:
tienes que ser un sueño al despertar,
tienes que descubrir, aun sin llegar,
los lazos de su férrea compañía,
desmenuzar la rueda melodía
de un salvaje turquí crepuscular.
El fin nunca nos llega, siempre está
brotando de la fuente conocida,
pegada al ser que fue y siempre será;
una pizca de magia estremecida
que pone a nuestro alcance el más allá,
las alas de una fe desconocida.