Tuve que inventar tu muerte.
Como si alguien sin rostro llegase a mi puerta con un telegrama,
Como si un desconocido me llamara ya muy tarde
Para asistir a tu retorno a las cenizas primigenias.
Atravesé el shock de la noticia, el estático minuto,
Y me dejé aspirar por el aire, ya sin cuerpo,
Contra el precipitado de imágenes tuyas cerrando la puerta de chapa,
El sonido de tu voz haciéndote más ausente aún desde un parlante.
De repente me sentí un poco más injusto por haberte creído injusto
Y pasé las siguientes madrugadas reescribiendo momentos
A manchones negros de embriagadora, adictiva culpa:
Las veces que me negué a verte por caprichoso, indolente.
Las que no estuve siquiera a la altura
Del vértigo que me daba tu deseo,
Las que no supe sostenerte en tu módica duda
Ante mis decididas volteretas a orillas del barranco.
Rememoré cada noche que pudimos dormir juntos y elegí
Tener más espacio en la cama, menos dolor en los hombros.
Entonces me parecía llevadero el fúnebre presentimiento
De nunca más volver a abrazarte,
O cruzar las piernas,
O escucharte respirar refugiado en mi pecho.
Me deshice en rosarios por el descanso de tu alma y la mía
Y ardí, borracho, más que el cirio que iluminaba tu retrato.
Luego quemé todo, los poemas, recuerdos rastreros
De que coincidimos y entonces fui feliz,
Fuimos felices.
Te maldije un poco más, como cuando cerrabas
La puerta de chapa de mi vida
Decidido a abandonarme.
Y entendí que no te quería muerto por eso,
Pero, de nuevo ¿Qué valía mi querer?
Ya estabas muerto
Sonriéndome con tanta piedad y amor
Como jamás nos tuvimos.
Sólo entonces
Comencé a rehabilitarme.