Corro entre los pinos, mi primer día en esta vida.
A mi alrededor el zorro, la oveja y el lobo
Y la zarza ardiendo tu nombre en su jugo precoz;
A mi alrededor un silbido de ballesta en la memoria
Y tu promesa de volver deshaciéndome los oídos.
Podría morir aquí, tranquilo, entusiasmado,
En mi primer día en esta vida,
Buscando no sé qué estandarte para que sepas
Que sigue habiendo piedras preciosas
Para hacernos un castillo o una esperanza.
Pero, si decido vivir, hervirá en mi huida
La sangre, la lenta regeneración de la fruta disléxica
O tu manía de perderte por perderte, allí donde no estás,
Como –seguramente- aprendiste de mí,
Que todo me lo jugué por vos.
Así, cuando caiga la noche sobre mis huesos
Me negaré a desposar la tierra
Y a envejecer diligente, con la premura de antaño.
Conquistaré, nómade, las nieves que van derritiéndose
En el pálido tizón de mis pesadillas.
Seguiré evocándote en este mundo vacío y cenital,
Persiguiéndote desnudo y alucinado-
Como me acechan a mí tantos risueños esqueletos-
Sólo para ofrecerte (¿de nuevo?)
Mi segundo día en esta vida.