Todas las grandes verdades han sido dichas
en el lenguaje del pueblo.
Juan de Mairena
Verdades que yacen ahí dentro
en lo profundo.
Verdades que nacen
de un sinsentido de formas,
de una hiedra que se habita
a sí misma, desde la estela
de un navío sin rumbo,
sin desprecio ni espacio,
hasta que las tinieblas de la razón
campen a las anchas y largas del deseo.
Verdades que se colocan en el frontispicio
de lo políticamente correcto.
Un letrero ante el que el caminante
se persigna, se arrodilla y cumple pleitesía.
Esas verdades, que los altavoces del tonteo
proclaman a los cinco vientos, esas verdades...
son verdades de pacotilla, son verdades venales
de la que cuelgan etiquetas con sus precios.
Verdades, solo son las que duermen en la esquina
de tu pensamiento, de tu sentir sediento y dispuesto
a amar a todo aquello que de amor está hecho.
Lo siento, y siento que lo que grito es viento,
viento que refresca desde el venero de mi aliento,
siento, y lo siento, cómo bulle dentro, cómo escuece
al salir de mis ojos, de mis gestos, de mis te quieros.
Verdades que de verdad son, son verdades sordas,
que no saben de fonética ni de pronunciamientos,
tal que las verdades que se mentan,
que van como moneda de cambio de uno al siguiente,
esas verdades no son verdades, son verdura
que se ofrecen al kilo tanto, en los mercados de abasto.
Mira hacia adentro y pronuncia tu lamento.
Pronúnciate alto y claro, como un arroyo tempranero.