Hundí mis cabellos en la luna
como quien hunde un secreto,
como quien moja un deseo,
como quien sepulta un reloj.
Hundí mis cabellos en océanos
como aquello que produce dolor.
Secuencias de signos, materiales
virginales, pulseras de odio, maternales
oficios que una austera sibila
desgranó con impacto. Hombros
como simultáneas reverencias:
extrañezas en la distancia de los ojos.
Hundo mi sangre en la realeza de la carne,
donde conviven los lupanares y las almendras
perfumadas.
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