Escribana de memorias

Lo que en mis tiempos no sé como llamar a lo intangible...

No creería que está pasando de nuevo,

pero en la coincidencia de una lectura de un libro postergado

desde hace cien años, 

se puede decir que puede suceder cualquier cosa.

Definitivamente luego de un tiempo congelado por una pandemia,

he decidido escribir sobre lo intangible.

Llámalo cómo quieras, yo no le pongo nombre,

yo lo bautizo a veces como amor,

otras veces como atención, y cuando no queda de otra,

lo llamo obligación.

 

Pero puede ser otra cosa.

A través de mensajes y comentarios sobre

temas irrelevantes, traumas de la niñez,

novelas inolvidables, fotos vergonzozas,

relaciones fallidas y en medio de un desespero por socializar, 

aparece alquien

que está detrás de un artefacto,

dispuesto a leerte, a responder con paciencia,

a reirse de tus ocurrencias y a disponer para esa conversación,

un tiempo que no estaba reservado para nadie.

 

En cierta medida, si fui quien dió lugar a semejante rutina,

Por una foto publicada en algún comentario,

de una publicación que ya no existe. 

Fue una pregunta, que decidí responder con mucha curiosidad,

y que en medio de la broma y el juego,

decidí no ignorar y reaccionar divertidamente.

Las intenciones nunca son serias pero si directas,

cuando al fin alguien decide lanzar la red

y que en medio de las risas,

haya atrapado la atención de una sola.

Así fue a los dos días,

luego de una apuesta fracasada por no revisar con ansiedad,

una de esas redes sociales,

y dicidiera leer y contestar un mensaje de un desconocido,

quien hace preguntas serias y definitivas, pero graciosas.

 

Al final, la respuesta fue lo de menos, y sin querer

se fue alargando de dos a tres mensajes, y hasta veinte mensajes,

que se respondían con anécdotas similares,

con frases divertidas y emoticones creados por Millenials.

Hasta que no supimos, como ya había pasado una hora, 

y yo no terminaba de responder en menos de la hora,

hasta que hubo la necesidad de recurrir a unas notas de voz,

limitadas al minuto por una aplicación egoísta y pesada,

que no entendía que no había necesidad de resumir,

pero aún así, era la foma rápida de contestar

y sortear cómo era al menos el timbre de su voz,

e imaginar un sin fin de gestos,

y un rostro sonriendo,

respondiendo a los íntimos secretos de una coetánea y vecina suya,

que jamás había visto antes.

 

Es allí, donde surge una especie de compañerismo

y correspondencia, de lo prematuro de la amistad 

pero que todavía no es seducción.

Es una especie de juego para conocer al otro,

entre las líneas, entre los emojis,

entre contracciones y palabras mal escritas,

por el afán, por el momento que no necesita corrección, 

por las risas que no se pueden

oir ni describir detrás de un \"jajajajajaja\".

 

A esto, en mis tiempos no sé cómo llamarlo,

ni sé si aún es posible que eso exista,

una dedicación, un tiempo, un interés desmedido por el otro,

mientras confías en una foto que parece ser real de una vida

consolidada a unas cuadras de la residencia.

Será confiar, cómo otras veces con cierta

incertidumbre que hace parte de la vida virtual,

pero que siempre habrá que comprobar

con miedo o felicidad,

en la vida real.