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**~Novela Corta - Deseo + TentaciĆ³n = Pecado - Parte I~**

Esteban estaba cerca del rosal del jardín de Francisca, un jardín fabuloso, lleno de rosas tan exquisitas como el aroma que de ellas emana, era un jardín hermoso lleno de rosas extremadamente prendidas y muy bien sembradas y más, por Francisca. Y Francisca, la esposa de su mejor amigo, se hallaba preparando la cena. Esteban toma una rosa y se corta el dedo con ella, o sea, con sus espinas. Vá a la cocina donde se encuentra Francisca y le dice que -“sus rosas estaban hermosas, pero, el dolor que dejan es dejar el alma adherida a ellas”-. Cuando en el respiro de un instante se dió lo más pernicioso de un momento y fue el oler a rosas llenas de dolor y de sangre. El jardín completamente lleno de rosas hermosas tanto blancas como rojas o amarillas y hasta de color rosadas, cuando en el alma se dió lo más maravilloso de un momento y fue dejar a un lado el olor para sentir el dolor por cada espina en su alma. Cuando en la alborada llegó después de esa cena con tanta hipocresía dada en esa cena. Las miradas de reojo y hasta las palabras mal infundadas se dieron esa noche trascendental. Y Esteban estaba al lado de Francisca sentado en esa cena. El esposo de Francisca nunca se dió de cuenta de la mala traición de su esposa. Era el deseo más tentación es igual a pecado, el mal deseo de ella con Esteban. Era una mujer atrevida como tan hermosa, era prudente y realmente bella, era soberbia y ruda y más, tan salvaje en el sexo como un animal en la selva. Su trayecto de mujer interioriza desde sus adentros, lo que en el ocaso se dirige hacia la noche más exquisita que era esa cena. Si en la noche se sentía como cordero degollado, en la cena, la cual, se daba por anunciar que en ese jardín se cumpliría la promesa de la difunta Cataluma, la madre de Francisca, de que siempre florecerán las rosas en ese jardín tan hermoso. Y Esteban estaba siempre a su lado, pues, creía siempre en el rosal de Francisca. Cuando el alma de Esteban estaba en el ir y venir de un sólo momento. Cuando en el instante se debió de automatizar la espera por esperar por un sólo instante, en que se debió de amarrar el deseo más la fría tentación que era igual al pecado que ellos dos hacían a escondidas del esposo de Francisca. Cuando Esteban sólo se imagina cómo hacer el amor con Francisca. Cuando en la buena o mala suerte se debió de automatizar la gran espera de esperar por un sólo tiempo. Cuando en el soñado tiempo, sólo se debió de alterar su cometido en creer en el pasado como un sólo presente, cuando Francisca sólo debió de creer en la suerte que de ella emana. Cuando en el alma se cosechó una forma de ver en el jardín rosas en que sólo eran el olor y el honor de su propia respiración. Cuando en el jardín se llenó de almas buenas y de olores buenos, yá que eran rosas y bien cosechadas. 

En la cena estaba Esteban, mirando de reojo a Francisca con la hipocresía que se veía venir en blusas de terciopelo. Cuando Esteban estaba en el jardín, si sólo su dedo lo delató de un mal final, cuando el esposo de Francisca le había preguntado que dónde había estado esa tarde de ocaso y él, Esteban lo que le dijo fue que se hallaba en la oficina dando una conferencia de empresarismo. Cuando en el ocaso se vió la mala suerte que se veía llegar como el sol en el amanecer. Cuando en el combate de ir y volver al jardín se cosechó la forma más efímera en creer que el silencio era autómata. Como que en el destino se dió como el comienzo en creer que el final se daba como el mismo abrir y cerrar de ojos, cuando Francisca se dió en el más fugaz encuentro. Cuando en la alborada se sintió como el sol siniestro de un buen día. Cuando en el amanecer se electrizó la forma más vil y más horrenda. Cuando en la consciencia de dió como la fuerza en derredor y como la misma fortaleza en creer que el silencio era como la paz en el mismo cielo. Cuando la sensación se dió como el primer mal deseo de Francisca. Cuando en el juego del amor se dió como órbita lunar en el mal tiempo. Cuando en el ocaso se abrió el mal desenlace de creer en el silencio. Cuando en el alma se dió como el mismo parecer en creer en el desastre de ver el cielo como la magia y como la misma soltura en creer en el mismo sol, en el cual, alumbra a todos por igual. Cuando en el silencio se dió el instante más delicado de todo. Cuando en la forma de ver el tormento y de ver el cielo de azul y no de tempestad si fue como una premonición en ese día. Cuando en esa cena se formó la contienda de creer en la osadía o en el malestar de una cena bien decidida de Francisca. Y la mala tentación tan débil y tan fría como la misma gota del torrente de lluvia que caía en esa noche de cena. Cuando se aferró al mal deseo de ver en los ojos de Francisca los celos que aún la mataban ahogándose en su misma mala tentación. 

Si corría el mes de abril, el mes de la primavera, como el mes del amor, porque cuando hace posesión del jardín se enamoró de Esteban el mejor amigo de su esposo. Cuando llega a abrir una caja de pandora, fue cuando no hubo posibilidad del olvido, y fue llenando el cuerpo del vacío que poseía de pasión y de amor y más del vil deseo más cuando cayó en tentación infringiendo en un sólo pecado. Francisca era buena, aunque un poco soberbia, recia, y hasta a veces incomprensiva, pero, eso no importaba, sólo el deseo en el sexo y la amlaa tentación le llevó por un rumbo tan diferente y tan desconocido que lo tomó llegado a pecar y su pecado fue mayor, pero, no tan mayor como el Esteban cuando codició y amó a la mujer de su prójimo, llegando a cometer un pecado. Cuando se fue a un rinconcito en medio del tumulto de la cena Francisca, la persigue Esteban, y éste en vez de dejar esa pasión que lo consumía por dentro la persigue más y más. Y Francisca le dice casi al oído, -“nos vemos en el jardín”-. Esteban asintió con la cabeza, pero, su corazón gritaba más y más que sí. Esa noche, fue esa noche, en el jardín, en el jardín de Francisca, que lo llevó por mal camino, cuando en el delirio tan delirante y tan frío, se olvidó del anillo de su dedo, de su verdadera esposa y de su compromiso ante Dios porque era también casado, se olvidó de su trabajo y de sus pertenencias, sólo perseguía lo que le dictara su pobre corazón enamorado, y e hizo muchas imprudencias hasta que se enamoró de ella en verdad, de Francisca. Hubo relámpagos esa noche de tormenta, cayó un sendo aguacero, y no hubo tiempo de explicaciones, se vieron en el jardín un lugar predestinado donde no se podían empapar de la lluvia que regaba en el jardín vida para las rosas de Francisca. Y cuando pasó por una rosa en el jardín sólo se acordó de aquel dedo, y tomó otra rosa entre sus manos y también se cortó el dedo y más se llenó de sangre. Y Francisca lo cubre con su pañuelo cuando sus cuerpos se acercaron y se besó aquello imposible de sobrevivir, cuando en la lluvia se miró como algo imposible de callar. Y ellos, dos no callaron tampoco, se amaban y se profesó un amor como nunca, pero, tan imposible como lo que dijo ante el altar “que ningún hombre separe esta unión”, y sí, yá llegaron a ser infiel y más a escondidas del tiempo, de la gente y de sus supuestos esposos. Cuando por fin se dió la lluvia se besaban insistentemente y tan persistente que sólo el cielo fue testigo del deseo y la lujuria de sus propios instintos y más de sus mismos corazones. Cuando abrieron la botella de champagne hubo un brindis, y Esteban dijo frente a todos que brindaba, -“por el amor y por lo que siente el corazón aunque sea contradictorio el dolor es un sentir y duele amar”-, cuando en el alma se dió una luz o un relámpago de luz. Cuando en el corazón hubo un latido tan fuerte en que casi muere de un palpitar Francisca, cuando dijo a todos, -“brindemos por todos, por el amor que está atrapado en el silencio y más en el corazón, buscando salir y reconocer que somos felices, brindis”-, todos en la mesa les aplauden el brindis sin saber ni tan siquiera sospechar de los que sucedía entre las parejas. Cuando en el abrir y cerrar de ojos sólo se debió de atraer el silencio autónomo de creer en el amor a toda costa y al precio que fuera dado. Cuando en el delirio se daba un mal momento cuando se acaba la cena, pues el deseo y la lujuria comenzó a departir entre sus más bellos interiores. Cuando en el albergue del coraje de su corazón se dió lo que más hechiza una pócima mal hecha. Cuando en su corazón se abrigó de deseos y más tentación cuando fue igual a un frío pecado. Cuando llegó él a su casa yá Francisca estaba pensando en él, como una rica salvación de su ira y de imprudente corazón que le requería en amar salvajemente como a ella le encanta. Y se amó sí, pero, con su marido, el cual, a ella no lo amaba, pues, se decía que era un lerdo en la cama. Y yá en la habitación después de hacer el amor, sólo pacificó una cosa mayor, y fue haber pensado en Esteban. 

La primavera estaba tan hermosa como el haber sido el mes de mayo yá. Cuando en el ocaso se vió como el atardecer más bello, si Francisca se halló en el jardín de las rosas más hermosas de aquella primavera. Cuando en la tarde se dió un pasaje en ver el sol como la energía más bella de la luz en el cielo por el día. Y en el ocaso se vió lo más hermoso de una verdad, y fue regar con todo el corazón al jardín que Francisca cuidaba de Cataluma. Y lo cuidaba, se ponía sus guantes de sembrar y tomaba las semillas para poder hacer que germinen y luego las siembra haciendo la cosecha de rosas nuevas y de diferentes colores en el jardín predestinado para ellas. Y Francisca lo sabía, que eran bellas y tan hermosas en que sólo se aferró el deseo en ser amada y olfateaba las rosas y más se recuerda del perfume del hombre, el cual, ella amaba con el corazón entero. Cuando en el destino se llegó a ser a conciencia lo que más en suburbio pensó Francisca. Y fue el amor a consecuencias del deseo y de la lujuria y la libidinosidad, de entregar los cuerpos en un sólo deseo en contrapuesto al corazón y a la manera correcta de actuar entre sus esposos verdaderos. Y Esteban llegó a la casa de Francisca, cuando en el deseo se volvió tan perenne y tan fuerte como aquella vez. Cuando en el ocaso se dió un atardecer tan efímero de tiempo, cuando ardió el amor entre ambos, cuando ella supo que él estaba en el jardín. Y habló con él de todo. Y quiso amar, cuando de repente, llegó el marido de Francisca, a la mansión de ambos. Y lo halló a Esteban allí, y yá se debía de venir la infidelidad en corsés de cintura amarrados. Y era ella la del tiempo y del ocaso, la que pintaba y dibujaba un sólo deseo en el corazón, cuando llegó la gélida tentación de amar a Esteban como ella imprudentemente amaba y tan salvaje en el amor. Cuando el tiempo se llenó de pasiones claras, cuando en el ocaso se planeó el instante en que se guardó las más bellas y hermosas flores de rosas en ese jardín. Si en el tiempo se dió una forma de ver el cielo y entre sus ojos más perennes de realidades adyacentes. Cuando en el ingrato porvenir se vió la esencia y más la plenitud en amar más y consecuentemente de ver el cielo de azul en sus ojazos de mar y cielo. Cuando en el alma se dió el más suave de los delirios cuando en el ocaso se enfrió el desafío al ver llegar a su esposo a la mansión. Y lo vió salir por la puerta trasera, o sea, por la cocina, cuando en el alma se vió el destino frío, y tan impetuoso de los diferentes momentos. Cuando en el juego del amor dejó un fuego devorador en camisas de infidelidad. Cuando en el desafío se vió la forma de ver y de sentir lo infiel de un momento, cuando en el ocaso se identificó como lo delirante de un todo. Y se fue el destino dentro de una mente infiel, cuando se dió lo más desafiante de un cometido de una traición tan efímera como darse de cuenta de todo el esposo de Francisca. Y tan espeluznante como electrizante de un funesto destino y de un aciago camino donde se perfiló el cometido de la infiel acción entre ellos dos. Y sí, se besaron como nunca en los labios sedientos de deseos y de lujuria y de traiciones y de tentaciones frías como lo fue pecar desde sus más entrañas cortas de desesperaciones sin terminar la relación tan efímera. 

Y se fue el señor de la casa. Cuando en el suburbio de la traición se dió una infiel osadía en creer que el destino se fue como hoja al viento. Y volando lejos en el mismo cielo oscuro, dejando al aire sucumbir en el alma, y voló la misma alma dentro del perdido ocaso. Cuando en el alma se perfiló en la misma piel como una verdad o como un infiel acto donde la piel y el alma saben del sentir. Cuando en el lugar de los hechos en la mansión de Francisca sólo se vió un amor total y no tan infiel como se demostró en los malos actos de ambos. Fue un deseo de haber amado con pasión y una lujuria donde cayó en reo con la fría tentación de caer entre sus brazos dejando estéril e infértil el amor en la misma piel donde se amó y, él, Esteban, pecó en favor de amar y de codiciar al noveno mandamiento de Dios, a la mujer de su prójimo. Cuando en el frío camino se dió un mal pensamiento en pensar en Francisca, como la más sensual de las parejas dando énfasis a la locura de amar y de obtener en el amor una cruz por dónde pasar y de cruzar el tramo de ese cruel camino. Y pensó él, Esteban en continuar el camino frío y de un sólo tiempo, cuando el esposo de Francisca, sólo debió en creer en lo superficial y en la fantasía que le ofrecía su esposa Francisca en aquella cama y en aquella proliferación de esa habitación tan desolada como tan fría. Cuando quedó adherida al cuerpo del fuego y de las cenizas heladas de un amor a cuesta de la misma pasión a cuestas del mismo amor en la cama donde más se amó. Cuando en el embarque de su tiempo, sólo se debió de creer en el ámbito en creer en que su ademán quedó en el vacío y más en el imperio tan desolado como el haber dado rienda suelta al amor dentro del ocaso frío. Cuando en el tiempo sólo cosechó el sol como la luz de un sólo nuevo día, dejando en el ámbito un percance siniestro. Y se fue en contra del deseo, cuando en el fuego dejó unas cenizas heladas, cuando en el frío desenlace se dió como un funesto instante, cuando él, Esteban, se fue por el frío camino. Cuando en el alma se electrizó como un nuevo desenlace, como un nuevo combate de ida y sin fuga. Y sin poder huir quedó el deseo y la lujuria cuando la tentación abrió el pecado por haber pecado fríamente y más con el pensamiento. Cuando en el sinónimo del amor quedó maltrecha la pasión y el cariño en manos de la tentación fría. Y Esteban se fue por donde llega la noche fría y tan densa como el haber dado conmiseración a la mentira de haber infundado en las palabras del esposo de Francisca. No. Y se dijo Esteban, por la relación a favor del deseo y la mala lujuria del desenfreno en contra del por qué, y de la fría tentación de un después de amarse a escondidas y sin poder más huir o escapar de las garras de aquella pasión. Cuando en el camino se dió la más efervescencia esencia de querer amar lo que más había dejado. Cuando en el delirio y tan delirante de creer en la osadía se dío la más fuerte de las esperas: las esperanzas. 

 

Continuará……………………………………………………………………………………..