Tornada en ancestral sacerdotisa
me abduce tu poder a un sortilegio,
aquél que me concede el privilegio
de amarte hecha mi credo y mi premisa.
Ni Venus, Afrodita, ni Artemisa,
proclaman un oráculo más regio
y alzado en tu devoto, un sacrilegio,
resulta no admirarte la sonrisa.
Me instauras tu doctrina y tu frescura
brindándole a mi hombría un misticismo
con forma de mujer maravillosa.
Envuelves a mis rezos de ternura
y dentro de tu templo me ensimismo
al ver a una vestal nombrada diosa.