Con la terrible ingenuidad del que no sabe
que la luz ha de venir después de cada noche
llegaste tú.
Cobrabas
como simple tributo de tu risa,
el flujo de recuerdos que habitaban mis palabras.
Fueron quedando así desvencijados mis poemas,
reducidos, primero a estrofas imprecisas,
luego a versos solitarios,
sintagmas por fin silencio.
Con la terrible ingenuidad del que no sabe
si la luz, si el tiempo, si deseo.