Vanidoso a la bonanza
desafiante va el mundano,
discrepante de su cepa
de su estirpe y de su grado.
Su semblante es la evidencia
de su porte y de su estado,
que presenta su ascendencia
pero olvida su legado.
Cual espectro paseante
escondido entre sus miedos,
regenta sus arrebatos
por ventura o malos ratos.
No regala sus secretos,
se refugia en su armazón
sin saber que sus zapatos
delatan su condición.
Egoísta de su adentro
devoto de su experiencia,
ilustra su timidez
disfrazada de violencia.
Eludiendo juicios vanos
sintiéndose poderoso
contradice su postura
con acento belicoso.
Ceremonioso engreído
socialmente etiquetado,
invitando a su arrogancia
expuesta con desenfado.
Ningunea con oprobio
lo mendigo y lo discreto,
la modestia es un letargo
impopular por completo.
Abismado en su altivez
no repara en su solapa,
esclavo de su soberbia
a sus sentidos escapa
que ese hilván que repentiza
exhibe la diferencia
entre el origen que ostenta
y el que infunde su presencia.
Contrario es aquel virtuoso,
que con la cabeza gacha,
su distinción no simula
menos falsea su facha.
Limitado coexiste,
no denota petulancia,
sin ofrendar terquedad
presumiendo la abundancia.
Es un imán de inocencia,
ruboriza la aureola.
El temple como su insignia,
sin pretensión de farola.
Rehúsa fatuas manías,
desaprueba ese barullo
campante de la ironía
que pavonea el orgullo.
Desprovisto de prosapia
ante los ojos ajenos,
descartados los alardes
también los gestos obscenos.
Su transitar es confiado
andando en firme terreno
con una humildad inmensa
y con un paso sereno.
Es incumbencia del prócer
ser custodio del estigma,
conteniendo lo anodino,
no transformarse en enigma.
Portar el talante sobrio
impremeditado a usanza,
y a ese fingido impostor
el confinamiento a ultranza.
Y es que el engaño se asoma
en una forma imprudente,
no oculta ningún supuesto
del pobre noble insolente.
Así, la verdad abriga,
proyecta, también sentencia
la gran virtud del ilustre
y su luminosa esencia.
@MucioNacud ©