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**~Novela Corta: Deseo + TentaciĆ³n = Pecado: Parte Final~**

El esposo de Francisca ardió de ansiedad, dolor, celos incontrolables, furia y hasta tener la mala sensación de matar a Esteban, su mejor amigo. Cuando, de repente, al esposo de Francisca, las autoridades lo vinieron a buscar de noche por haber hecho negocios turbios en la empresa. Cuando lo arrestan y lo llevan preso, pues, pasó unas cuantas noches en prisión hasta que el caso se deducirá en el tribunal. Cuando Francisca sólo sintio vergüenza y cayó prisionera en los brazos de Esteban. Cuando salió en ser preso, se vió cara a cara con Esteban. Y le ripostó de por qué de tantos años y él sin saber, de la relación entre ellos dos. Esteban no le dijo nada. Cuando le ardió la mala sensación y la mala furia y el odio entre sus ojos de rabia y de dolor. Y Esteban no le dijo nada, sino que quedó callado y con la vergüenza entre su mal sentir.  

Cuando en el instante, Francisca cayó como reo entre los brazos de Esteban. Y era ella Francisca la que en el deseo y con más tentación era igual a pecado, el deseo en amar a Esteban que era la gran tentación en caer rendida entre los brazos de éste y el pecado de hacer pecar a Esteban con el noveno mandamiento de amar y codiciar a la mujer de su prójimo. Cuando en el interior del corazón de Francisca sólo palpitaba con tanta fuerza que sólo quería amar a Esteban. Cuando en el reflejo de su esencia se vió el sol más caluroso en su presencia, cuando cayó rendida cuidando el jardín de Cataluma, y más el jardín de ella, cuando en el juego del amor se dió la fuerza de amar a aquellas rosas en aquel jardín. Cuando en el combate se vió lo débil de un deseo y más la fuerza una tentación en amar un sólo pecado en el cuerpo. Cuando en el alma se petrificó como la calma de un momento, y era la esperanza de perder el miedo a enfrentar su amor ante todo y todos, pero, Esteban no quería por su esposa. 

El deseo y la lujuria la llevó por siempre en el alma Francisca, pues, su forma de amar era tan dura y recia y tan salvaje que sólo le quedó amar sin pasión, porque aunque no lo crea ella, la pasión ardió por siempre al lado de ella. Cuando en el ocaso se vió el reflejo de ella misma en el mismo sol. Y sólo quedó como el horizonte llevando luz hacia el mismo interior. Y la fría tentación por siempre sólo quedó en el corazón y en el pensamiento devastando la ira y la fría soberbia de triunfar en un sólo amor. Cuando el deseo se llenó de pasiones buenas, cuando en el embate de la vida se electrizó el gélido pecado de Esteban con Francisca. Cuando el pecado fue y será haber amado a pulso a Francisca la mujer de su mejor amigo infringiendo en un sólo pecado, el noveno mandamiento. Cuando en el suburbio autónomo en creer que el destino fuera como un rencor atado en saber que el capricho estaba ahí, pero, era como tentar la frialdad en el alma y en el corazón de haber amado a pulso a un amor prohibido. Y la soberbia y el odio y la ira maltrecha y tan estrecha se debatió en la sola espera por esperar un sólo por qué desnudo y en autentificar la esperanza, la que llevaba claro un día de que sería de ella, la esperanza de creer en el amor a toda costa. Cuando en el embate de vivir se quedó el mal deseo de vivir y de creer en la fría pasión desnuda de sensaciones tan frías y gélidas de amar sin ser un amor legítimo en la ley, sino que fue un amor extramarital. Y así, fugando el alma hacia una nueva dimensión y destruyendo el poco aire que quedaba muy dentro del corazón, cuando en el aire se debatió una sola espera de esperar por el tiempo y por el ocaso lleno de sinsabores nuevos de deseos y de buena apariencia en el cuerpo. Cuando el deseo se volvió sincero y tan existente y persistente de Francisca en que sólo se llenó de ira y de soberbia autónoma en creer que el tiempo sólo se daba un suspiro en poder ser tan cierto como el ave dando viento a las alas. Y en creer en el amor a todo rencor y a todo dolor que dejó Esteban en su piel, en su cuerpo, y más en sus venas. Cuando en el desierto se dió como el frío y la nieve dentro del pasaje de vivir. Cuando se dió el combate en volver a curar el desenfreno tan frío como el haber hecho una lluvia de deseos y de tentaciones frías en un pecado fluvial. Y era como el pecado o como el frío sol, que el gélido se sintió como los rayos del mismo sol, a cuestas de la mala intemperie que se avecina. Cuando en el frío soslayo se dió una sola lágrima del dolor de Francisca buscando caer siempre entre los brazos de Esteban. 

Y yá se hallaba en el jardín del Edén, cuando en el ir y venir se dió la más electrificante de los deseos y fue caer sobre la lluvia del dolor de ella sobre Esteban. Y el marido de ella de Francisca sólo vió a Esteban con ojos de lástima al contemplar el fracaso de su pobre matrimonio. Cuando sólo el tiempo caducó de un sólo pormenor en la esencia y tan efervescente de haber caído rendido entre los labios pasionales de Francisca. Y la amó a pesar del instinto, de la furia o del odio, que automatizó la espera de esperar por el tiempo en ocaso cuando en el deseo se cumplió la promesa de caer en la espera de esperar por el tiempo y entre sus más carnales labios cayó en reo y en prisión como lo fue el haber amado a Esteban y, éste, haber caído también en las garras del amor de Francisca. Cuando en el ocaso llegó como llega la álgida noche cuando ocurre el mal deseo de ver el cielo de gris y de tormenta adyacente de furia y de la lujuria de no ver el cielo con nubes blancas. Cuando en el insolvente momento se amó efímeramente y ardientemente con una gran e inmensa pasión. Llevando y trayendo lo que nunca en la misma tentación y en la misma piel. Cuando en el llanto, con dolor y una lágrima cayó en el mal deseo de Francisca en amar a Esteban casi con el infortunio de una relación extramarital. 

Cuando en el combate de pensar se dió la más débil fortaleza de creer en el amor a cuestas de la misma pasión. Y era el deseo de Francisca el que la llevó por el mal tiempo y por el ocaso sin sol, con una lluvia torrencial, en la cual, se esperaba la espera de esperar por ese mal tiempo, cuando en el pensamiento se enfrío como un helado cayendo derretido en el suelo. Cuando en el alma se petrificó la luz, y la oscuridad se dió como preámbulo de una sola soledad. Cuando Francisca sólo halló un mal deseo en amar ciegamente a Esteban con una tentación tan fría como el hielo sobre la piel. Dando énfasis a un sólo amor y un pecado en hacer pecar a Esteban. Amando lo que nunca dejó el alma, cuando en el ir y pasar de un lado a otro en su jardín de rosas exquisitas se llenó de placeres dados y ofrecidos en el alma hasta obtener un sólo descifrar en el alma buscando una manera de sentir el silencio en el mismo camino o en la misma conmiseración de un mal momento. Cuando en el momento se dió como el haber sentido en el alma un sólo dolor, y un sólo náufrago buscando el puerto seguro. Cuando en el momento se dió como un mal temple, y un templo infiel y lleno de traición. Como se fue el deseo, y el mal comienzo en creer en el amor sin dolor.

Cuando Francisca se volteó a ver el jardín lleno de rosas rojas, amarillas y rosadas, y vió llegar a su esposo, y le dijo que quería y deseaba hablar con ella. Y le riposta con una pregunta de por qué ocultó esa relación extramarital entre ella y Esteban, su mejor amigo. Y ocasionó lo que nunca un mal deseo y una ambigüa decepción por una mala tentación y un frío pecado. Cuando, de repente, cayó en reo y en una sola petrificación, en creer en el alma a ciegas, y tan enamorada de un sólo tiempo. Cuando en el llanto se dió una lágrima correr en el rostro cuando el altercado se vino venir. Cuando el esposo de Francisca le contestó, que el frío le consumió el alma al saber de la fría relación entre ellos dos. Y que el silencio mata y ahoga el alma en un barril sin fondo. Ella, por su parte, se vió forzada a decir la verdad cuando el esposo de ella se vió en la cadencia de descifrar el puro destino y la pura verdad de que estaba aferrado al solo hecho de que la infidelidad le mató a su propio ego y más a la vida misma. Cuando en el silencio se automatizó la espera de esperar por la esperanza entre aquellas rosas rojas y amarillas y rosadas que dió el jardín sembrado y cosechado por Francisca. Se olvidó de todo, menos de Esteban, cuando sucumbió un mal deseo y una mala tentación y un frío pecado de ver el cielo de fría tempestad. Cuando en el embate de la vida y el empate de la mala suerte cayó en reo y en prisión lo que se llamó un frío dolor en el alma y más en el corazón. Y era el de Francisca, el de la mujer fuerte, soberbia y tan recia en que sólo el desafío se cumplió los malos deseos de saber que ella estaba con Esteban en una relación muy extramarital. Cuando en el suspiro de su propio corazón llegó a enaltecer una más mala situación. Cuando en el imperio de su cometido se debió de creer en un infraganti y en un mal desliz. Cuando en el coraje del corazón se debió de creer en la contienda tan fría y tan irreal de un mal dilema. Cuando en el altercado se debió de creer en el silencio autónomo de una primera paz, que le dió su forma de ver el cielo en tormenta y sin percibir un sólo instante. Cuando en la coraza de un mal destino, se abrió el mal deseo de envenenar las venas tan frías y tan adyacentes de ira y de dolor, cuando en el combate tan frío se dió juntar el final con un mal presagio o una premonición por un altercado dentro de la manera de ver y de sentir el mismo corazón. Cuando en la alborada se vió a todo un sol y más en ese jardín de rosas cosechadas cuando ella, Francisca, en el altercado con su esposo se vió en la desesperación de tomar un ramillete de rosas con unas espinas largas y abundantes en aquellos tallos de rosas y le cortó el rostro con ellas, con las espinas. La sangre y el deseo de detener esa contienda hecha por el mal humor del señor la obligó a tomar tal decisión. Cuando el coraje de ver y de sentir el combate por un altercado quedó como principio de un mal comienzo. Cuando en el tiempo, sólo en el ocaso, se debió de manchar el cielo de un color anaranjado como un flavo color en flas y tan marcado como aquellas espinas en el rostro de su esposo, sólo lo vió y lo sintió tan alterado en que sólo le ofreció una disculpa en que sólo él no la aceptó. Y Francisca, sólo se debió de encoger de brazos cuando en aquel suelo, sólo se vió la sangre derramada como una plétora abundante y con mucho coraje el haber hecho tal cosa con su esposo. Y se electrizó el combate de ver la fuga y el instinto y el capricho de ver y de sentir el frío desenlace en un frío amanecer donde Francisca no pudo ver más el sol. Cuando cayó rendida, flácida y débil de tal manera como una rosa marchita en el mismo suelo. 

Ella, sólo recordó, cuando aquellas rosas debieron de ser como el mismo pacto o como el mismo lazo de pasión y del corazón en coraje cuando en el tiempo, sólo en el tiempo, sólo se debió de sentir así. Y fueron las rosas más hermosas de esa temporada, cuando en el silencio de esa vez, se dió mayormente un imperio de dolor y de ira y de mayor rencor. Cuando en el frío desenlace se dió un mayor desastre en creer que el dolor atemorizó de crueles espantos, y de crueles desafíos. Cuando en el delirio se identificó como un saber y de total sangre esparcida en el suelo como un derrumbe y una plétora de sangre en que sólo se sintió como un frío desastre en el suelo, derribando el dolor y la mala postura con la soberbia y tan prudente como la misma elegancia autómata en el mismo camino, pero, ella, Francisca, perdió todo de una noche a la mañana. Y el esposo de Francisca, sólo se llevó todo hacia la tumba, donde el final desastre se debió de saber que el dolor fue tan fuerte como haber herido de muerte a su propio esposo con las espinas de rosas cosechadas en el jardín de Cataluma. Cuando en el instinto se debió automatizar la espera en esperar por una buena o mala suerte. Y llegó el tiempo y más el deceso de su marido, cuando en el ocaso se dió aquellas rosas rojas en el mismo cielo. Cuando llegó a ser como la misma rosa roja, aquella que le dió un olor, un dolor y un clamor en ser como la misma conciencia cuando en el embate de un juego fue como jugar ajedrez en el mismo siniestro frío de creer en el desierto como un triste levante. Cuando en la fría desilusión se dió un frío como en la misma piel, descifrando el dolor consecuente de mirar hacia un lado en el coraje de vivir. Y Francisca en la cárcel, pues, su delito la hizo llegar a ella. Cuando él, Esteban, salió de su asombro y continúo ayudando y más amando a Francisca. Cuando en la vida nunca se debió de fingir el amor o en aquella infiel acción por parte de un funesto momento cuando la infidelidad corrió en ser como una cruel mentira que fue una verdad tan exquisita como el haberse amado a escondidas por más de una década. Cuando en el albergue de su corazón se debió de creer en la mala suerte de ver el cielo de tempestad, cuando ocurrió el frío desenlace de la muerte del esposo de Francisca. 

Y a la empresa de Esteban llegó un empleado nuevo y llegó a ser su amigo. Y el noveno mandamiento continúo en el frío desenlace en amar, otra vez, y codiciar a la mujer de su prójimo como lo que hizo con Francisca y su esposo muerto, pero, una cosa no hubo, y fue en el jardín de Cataluma, no hubo más rosas ni más espinas, en que el deseo y más la tentación fue a igual a pecado y más volvió en ser un frío pecado el de volver a cometer el mismo yerro por parte de Esteban. 

 

FIN